«Aquello que un epidemiólogo decide llamar pandemia es una pandemia. Pero en realidad habría que intentar comprender la Pandemia como una criatura mítica. Mucho más compleja que una simple emergencia sanitaria, parece ser más bien una construcción colectiva en la que diversos saberes e ignorancias han trabajado en un propósito aparentemente compartido. Las criaturas míticas son productos artificiales con los que los seres humanos se dicen a sí mismos algo urgente y vital. Son figuras en las que una comunidad de seres vivos organiza el material caótico de sus miedos, creencias, recuerdos o sueños».
«Lo que estábamos buscando», Alessandro Baricco.
Hoy el escenario pandémico se trastoca en un escenario bélico. El peligroso virus -que algunas mentes asociaron a una creación humana- al que había que eliminar, finalmente se corporiza en la figura de Vladimir Putin. Las vacunas cumplieron eficazmente en tiempo récord con su misión. Y ahora, un nuevo «enemigo» aparece en la escena mundial convertido en un objetivo al que hay que neutralizar para evitar el desastre nuclear. Se trata de un ser diminuto, de apariencia frágil y vulnerable, pero tan imprevisible y letal como el propio virus.
Lo que en principio parecía ser un conflicto acotado, circunscripto a lo regional como tantos otros actualmente activos, podría crecer y transformarse en una amenaza a la paz mundial. La presencia de arsenal nuclear en manos de un personaje autoritario e insensible, actúa como una amenaza al frágil equilibrio obtenido luego de la Segunda Guerra Mundial, en la llamada «Guerra fría».
Aquello que garantizó el «status quo» -la existencia de armas nucleares sumamente destructivas- ahora frente a la amenaza de Putin, aparece como un obstáculo ineludible por parte de los países de la OTAN en la necesidad de ayudar y proteger a Ucrania de la furia rusa. La amplificación de la invasión y la escalada de violencia penden de un hilo y, a medida que el conflicto se prolonga, la posibilidad de que el enfrentamiento se generalice se vuelve cada vez más concreto.
Irrumpe en mí memoria el fantasma de Dzhu, el jóven mulo que transporta un carro con armamento y municiones por distintos escenarios en la Segunda Guerra Mundial, convertido en mudo testigo de los horrores bélicos, recorriendo insensible la sufrida estepa rusa; de quien escribimos en este blog bajo el título «Juventud divino tesoro».
El pasado con toda su carga trágica regresa obsesivamente a esa misma geografía, castigada y condenada a la violencia por la ceguera y la codicia de unos pocos. Junto a Dzhu, deambulan millones de almas que vagan sin rumbo por un mundo deshumanizado y yermo.
Hoy, como Dzhu en el relato del escritor ruso Vasili Grossman, somos mudos testigos de una cruda realidad que nos lleva a preguntar: ¿Cómo es posible que los seres humanos no hayamos podido construir contextos y comunidades representativas que nutran el diálogo y la convivencia pacífica y, en cambio, desde el poder nos hagan sentir amenazados, desplazados, impotentes e ínfimos?
El rostro de la patria
la patria es el país de la infancia
el lugar de nacimiento
es esa pequeña y más cercana
la patria chica
ciudad pueblo aldea
calle casa patio
primer amor
bosque en el horizonte
tumbas
en la infancia se conocen
las flores las hierbas los cereales
los animales
los campos los prados
las palabras la fruta
la patria se ríe
al principio la patria
está cerca
al alcance de la mano
sólo después crece
sangra
duele
Tadeusz Różewicz
Tadeusz Różewicz (Radomsko,1921-Breslavia, 2014), escritor polaco. En sus inicios literarios cultivó la metáfora poética, sus dramáticas experiencias vividas durante la Segunda Guerra Mundial lo condujeron hacia un estilo sobrio y severo, que expresó a través de su renovada poesía.
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