«No hay muerto que no me duela
No hay un bando ganador
No hay nada más que dolor
Y otra vida que se vuela
La guerra es muy mala escuela
No importa el disfraz que viste
Perdonen que no me aliste
Bajo ninguna bandera
Vale más cualquier quimera
Que un trozo de tela triste»
Cada vez que se renueva algún episodio de violencia en el conflicto palestino-israelí, recuerdo y coincido con estos versos en décima que compuso Jorge Drexler titulado «Milonga del moro judío» y que Joaquín Sabina musicalizó.
Sin ser un experto en el tema, este conflicto que lleva muchos años de dolor y enfrentamientos podría entenderse como el fracaso rotundo del diálogo y del reconocimiento recíproco. Cuando un sector le niega a otro el derecho a su existencia, no puede esperar de su ocasional adversario, devenido enemigo irreconciliable, otra respuesta que no sea más violencia y agresión. Así la espiral crece, y a medida que aumenta, se fortalece el músculo de la irracionalidad, del odio y del resentimiento.
No creo casual que dos líderes de paises enemigos como Yitzak Rabin (ex primer ministro israelí), quién confió en el diálogo y en los acuerdos bilaterales para resolver las diferencias y Anuar El Sadat (primer mandatario árabe en firmar el Acuerdo de Paz, en Camp David, en el año 1978) hayan sido asesinados. Cuando se dinamitan los puentes para que los antagonistas puedan comunicarse en pos de dialogar y encontrar puntos de coincidencia su intencionalidad se vuelve evidente.
Entonces, en lugar de concentrarse en buscar responsables en aquellos que con sus acciones violentas provocan una reacción mayor, las partes involucradas deberían hacer el esfuerzo por acercarse, dialogar e intentar reconocerse. Sin este requisito esencial como punto de partida, cualquier intención por acordar fracasaría y se reanudaría la escalada de sangre y de violencia.
Cito al escritor israelí David Grossman, quien luego de perder a su hijo el sargento Uri Grossman, dos días antes de que terminara la guerra del Líbano hace once años, dijo en un acto público: «Hubo una guerra e Israel mostró su poderoso músculo, pero tras él se vislumbra precisamente su impotencia y su fragilidad».
«Hablo aquí esta noche en calidad de quien su amor por esta tierra es duro y complejo. Pese a ello es un amor unívoco. Y hablo también en calidad de quién el pacto que siempre mantuvo con esta tierra se convirtió en su desgracia, en un pacto de sangre».
Siguiendo la lógica de las palabras de Grossman, tener un arsenal militar del tamaño que tiene Israel, con un enorme poder de destrucción, no le garantiza el éxito (la paz duradera). Y, lo que es peor, usarlo indiscriminadamente deja en evidencia cierta debilidad política que vuelve insuficiente el «triunfo» militar.
En otras palabras, la verdadera fortaleza consistiría en demostrar capacidad y voluntad del estado por encabezar y proponer negociaciones maduras y responsables a aquellos que representan un peligro para la seguridad del país. Para eso se necesita apertura mental, flexibilidad e inteligencia estratégica, cualidades que las actuales autoridades parecen no tener.
Por otro lado, se deduce de las palabras de Grossman que el verdadero costo de toda guerra es la pérdida en vidas humanas inocentes. Con lo cual, el enfrentamiento violento, lejos de ser una solución, constituye un dolor enorme para cada familia víctima de una dinámica destructiva que se retroalimenta a sí misma.
Y finalmente, Grossman afirma hoy: «Nunca he tenido un día de paz en mi vida, no sé lo que es la paz, cómo se experimenta realmente. Me imagino que es como respirar con ambos pulmones, o vivir tu vida sin miedo al futuro, sabiendo que vas a tener una secuencia de hijos y de nietos y que van a vivir con seguridad y confianza. Y creo que esa es la mejor manera de proteger nuestra democracia, que es nuestro valor supremo».
¡ Bendito sea Dios !
No conocía estas palabras, y me parecen inspiradas, yo sólo digo que no sólo sé cuál es mi Dios, sino que es uno sólo y el único para todos, ya sea que crean o no, o le llamen de otro modo. Por eso, todos los hombres, de cualquier etnia o color, nacen iguales y con la misma sangre.
Todos somos iguales, hijos de un mismo Padre. Por eso, es imperioso que haya PAZ entre todos los pueblos.
Muchas gracias por tu comentario. El tema de Drexler fue muy inspirador a la hora de pensar y escribir esta nota. Tenemos una visión muy parecida sobre el tema.
Que maravillosa canción por la paz y encuentro de los pueblos, que no tienen intereses mezquinos y no se venden por dinero.
Gracias por tu comentario! Y compartimos tu admiración por el tema de Jorge Drexler «Milonga del moro judío», que acompaña armoniosamente a nuestra nota.
Muy conmovedor el artículo, muy bien escrito y profundo, increíblemente acertado para tan emotiva canción. Muchas gracias por ambos regalos se reciben con mucho amor