Extracto del discurso del Premio Nobel de la Paz: Elie Wiesel, en Oslo, el 10 de diciembre de 1986.
«Y es por eso que juré no volver a estar en silencio cada vez que los seres humanos padezcan sufrimiento y humillación. Debemos tomar partido. La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. El silencio alienta al torturador, nunca al atormentado. A veces tenemos que intervenir. Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, las fronteras y las sensibilidades nacionales se vuelven irrelevantes. Allí donde hay hombres y mujeres que son perseguidos por su raza, religión u opiniones políticas, ese lugar debe – en ese momento – ser el centro del universo».
La indiferencia frente al sufrimiento humano nos carcome lentamente la humanidad. La capacidad de empatizar con el dolor ajeno nos iguala a la noción de semejantes en cualquier lugar de la faz de la tierra. Cuando este sentido empieza a flaquear y no ofrecemos ninguna resistencia emocional frente a las injusticias y a las crueldades del opresor nos convertimos en sus cómplices.
El silencio que acompañó al Holocausto de seis millones de seres humanos es sólo una muestra extrema de la validez de esta reflexión. Este «dejar hacer» puede ser sinónimo de frivolidad, banalización de la realidad o simplemente de negación, pero, en cualquier caso, no deja de ser una inacción que libera el ejercicio del mal desde un lugar de impunidad inaceptable.
Si en vez de permanecer callados hiciéramos oír nuestra voz, en lugar de ser sujetos/espectadores de un ritual orquestado para ser recibido pasivamente, pasaríamos a ser sujetos/espectadores críticos y, como tales, tendríamos la capacidad de participar e influir en los hechos de nuestra cotidianeidad. Sin embargo, permitimos casi imperceptiblemente, que la tecnología mediática nos enajene de una realidad transformada en producto de consumo.
El 11 de septiembre de 2001, el ataque terrorista a las Torres Gemelas dejó en claro que al sujeto/ espectador de este tipo de eventos sólo le quedaba presenciar la vorágine de imágenes espectaculares sin la posibilidad de detenerse a pensar en su significado real, lo cual le impedía concederle credibilidad a los «sucesos» mostrados.
Queda en nuestra capacidad e inteligencia la responsabilidad de hacer una «lectura» independiente y crítica de los hechos y obrar en consecuencia. Sólo así seremos verdaderamente dueños de nuestro destino y constructores de nuestra propia realidad. Y, en muchos casos, evitaríamos hechos de violencia y el sufrimiento de sus inocentes víctimas.
Que buen artículo, especialmente en estos días, un aporte a la reflexión y análisis.
Muchas gracias Eva por tu comentario. Nos ayudó mucho la esclarecedora charla que compartimos contigo. Un abrazo!