¿Por qué en pleno siglo XXI nos siguen fascinando tópicos como la sangre, la aristocracia, el sadismo sexual o, en pocas palabras, las sórdidas historias de vampiros?
La ópera prima de Tony Scott del año 1983, “El Ansia”, da sobradas respuestas a esta pregunta. Entre los elementos que ejercen tal fascinación podemos mencionar la soberbia sensualidad de los protagonistas: Catherine Deneuve y David Bowie, envueltos en un perturbador halo, a la vez aristocrático y animal. El terceto se completa con una joven Susan Sarandon, quien le pone el cuerpo a una escena lésbica con Deneuve al son del “Dúo de las flores” (Duo des fleurs), de Léo Delibes.
En síntesis: todo en la película remite al sexo y a la muerte o, mejor dicho, a la combinación estilizada entre ambos.
Miriam, personificada por Deneuve, difiere del arquetipo cinematográfico clásico que presenta a la vampiresa como integrante del séquito de acompañantes de una figura masculina central, por lo general el conde Drácula.
El personaje de Deneuve, condenada a la soledad y a la depredación, busca eternamente un amante que la acompañe en la cacería de humanos para evitar los embates de la decrepitud y la muerte. Sin embargo, pierde sucesivamente a sus amantes y los sustituye por otros cuando éstos mueren. ¿O acaso mueren cuando ella los deja de amar? Pero, como la muerte no existe para los vampiros, sobrevivirán, enterrados entre amplias mortajas blancas en las criptas de la mansión de Miriam.
La estética de “El ansia” captura como pocas la esencia elegante del vampirismo, que intentó ser recuperada en la década de 90′ con películas como “Entrevista con el vampiro”, pero que se perderá en los años 2000 con el refrito súper comercial de la saga de “Crepúsculo”.
El origen del género cinematográfico vampírico confluye con los albores del cine mismo; recordemos que la primera película de vampiros “La mansión del diablo”, fue estrenada el 24 de diciembre de 1896, tan sólo un año después de la primera proyección cinematográfica de la historia.
Diversos protagonistas masculinos encarnaron la figura del vampiro más célebre de todos los tiempos, pasando por el enigmático Bela Lugosi, en la década del 30′. Christopher Lee, que encarnó el oscuro erotismo de Drácula para los estudios Hammer, en las décadas del 50′, 60′ y 70′; Klaus Kinski, quien en la versión de “Nosferatu” de fines de la década del 70′, le proporcionó al rol un aire frío y putrefacto como la muerte misma. Y finalmente, no podemos dejar de mencionar, al Drácula de Gary Oldman del 92′, cuyo retrato del vampiro explota al máximo la faceta del héroe romántico enamorado.
Sin embargo, la fascinación por la sangre no es, por supuesto, de nueva data. Homero en la Odisea canta el destino de Ulises. Cuando el héroe desciende al Inframundo y pide comunicarse con su madre, Tiresias le anuncia que ella sólo accederá a hablar con él si vierte sobre sus labios la negra sangre de los vivos obtenida mediante sacrificio. Los muertos necesitan de la sangre para recuperar el alma y la humanidad perdida.
Otros personajes, ficticios e históricos, padecieron de un ansia irrefrenable de sangre. Uno de los casos más emblemáticos es el de la condesa sangrienta, Erzsébet Báthory, aristócrata húngara del siglo XVI y XVII, pariente lejana, o no tanto, del célebre Vlad Tepes, que inspiró la novela de Bram Stoker, “Drácula”.
Recordada como la asesina serial más prolífica de la Historia, según la leyenda Båthory asesinó a más de seiscientas niñas y adolescentes para consumir su sangre, o ser bañada en ella, con el perverso fin de retener su belleza y juventud. La sexualidad siniestra de la condesa fue llevada al cine en diversas adaptaciones de la novela “Carmilla”, que se basa en una versión dulcificada y romántica de la vida de la aristócrata.
La sangre representa la vida, y ésta tiene sus fluctuaciones y ciclos que convergen irremediablemente en la muerte.
Los no muertos ansían la sangre, pero rehúyen de las fluctuaciones de lo vital como el cambio y la vejez. Miriam, paradójicamente, para sobrevivir se ve envuelta en una dinámica de pérdida eterna. Es distinta de sus pares vampíricos, porque ella ama tanto como padece; es un monstruo que al herir también se hiere a sí misma.
Es su poder sobre la vida y la muerte lo que la hace tan vulnerable y la lleva invariablemente a encontrarse con la muerte del amor.
Las películas de vampiros fueron durante décadas una oportunidad de sortear la censura e introducir escenas de sexo veladas y, a medias, sublimadas. Funcionaron, por tanto, como una metáfora del sexo. Pero “El Ansia” es antes bien una metáfora del amor, de su búsqueda perpetua y de la dolorosa intuición de que siempre concluirá en la pérdida.
Gabriela Puente es licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la redacción y edición en diversos medios.
Maravillosa película, su estética, la inmersión en su escenario a veces de claustrofobia por casi sentirse acorralados en su naturaleza de inmortales a la espera de amar, ser amados, saciar su sed y morir de una vez por todas.
Muchas gracias por tu comentario!
Simplemente maravillosa película
Nunca la olvidaré pues con ella aprendí a sentir mis ANSIAS