¿Cómo podrá alguien ocultarse ante lo que nunca se pone?
Heráclito, fragmentos.
En la antigüedad, los griegos llamaron a la verdad con un hermoso nombre: aletheia, palabra compuesta formada por la partícula privativa a y letheia, un término que llega hasta nosotros por la referencia al Leteo; uno de los cinco ríos del Hades, por cuyas aguas fluye el olvido; aquel del cual, según la mitología griega, beben los muertos antes de ingresar al inframundo.
Decir la verdad para los griegos antiguos era el equivalente a descorrer un velo y a luchar contra el olvido, ambos gestos eran sinónimos. Porque el olvido no es más que un velamiento.
Hay algo de tragedia en el concepto antiguo de verdad. El velo se corre cuando todo ha acaecido y ya no hay mucho para hacer. Por poner un ejemplo, en la tragedia sofóclea, Edipo, el desdichado héroe tebano del que toma el nombre el complejo freudiano, había sido advertido de la verdad por un augurio fatal. Intentando escapar de éste, se sumerge en diversas peripecias en la búsqueda de su identidad. Pero nadie puede escapar de la verdad. Mata sin saberlo a su padre y se casa con su madre. Ve finalmente la verdad reflejada en el cuerpo desnudo de su madre muerta. Ante este brutal desvelamiento, Edipo se desgarra los ojos para ya no ver nada más. La verdad se transfigura con las vestiduras del destino, dado que el augurio del futuro es algo cerrado, aún cuando en el tiempo lineal no se haya manifestado todavía.
El filósofo alemán del siglo XX, Martin Heidegger, piensa la verdad griegamente, como un juego entre el ocultamiento y el desocultamiento, donde el primer término es la condición de posibilidad del segundo.
En el medioevo, la verdad es el equivalente metafísico de la luz. Una luz divina que se irradia hacia todo y pulveriza la oscuridad. Dios es la verdad. Los espíritus sensibles tiemblan, los acontecimientos se despliegan ante los ojos de todos. Ya no hay amparo ante tremenda luz.
Ya en la modernidad, la verdad se antropomorfiza y es concebida como una idea del alma humana. Pero una idea con características específicas: debe ser clara y distinta. No cualquier idea es verdadera, las de los sentidos no puede serlo, tampoco las de la imaginación. Sólo la razón puede escalar hasta las áureas cumbres de la verdad. He aquí el racionalismo moderno.
El momento de mayor engaño, necesita de la destrucción del martillo, es cuando en el año 1844, en la ciudad de Weimar, Alemania, ve la luz por primera vez un pensador que se anima a destruirlo todo a martillazos. Friedrich Nietzsche define los conceptos de conocimiento y verdad, considerados durante siglos como los productos más elevados del ingenio humano, con palabras tan demoledoras como nadie antes osó usar: estos valores no son sino herramientas precarias de seres débiles y enfermos, como el humano, para perseverar, aunque sea por un corto periodo de tiempo, en la existencia (Cfr., Nietzsche, 1996: 18).
Y, como no podía ser de otra manera, el filósofo de la subversión de los valores trastoca la concepción tradicional de la verdad. Interpreta dicho concepto no como un desvelamiento, sino todo lo contrario, como una niebla que cubre los instintos cada vez más debilitados de los hombres. El momento más álgido de las fuerzas negativas que ocultan a la voluntad de poder.
El filósofo alemán despliega en su obra una noción que actualmente se popularizó con el nombre de “post-verdad”: la verdad no es más que antropomorfismo e ilusión. En pocas palabras, el hombre crea un concepto y cuando va a las cosas simula encontrarlo allí donde lo había puesto previamente. Pero no hay nada en la realidad que funcione como referente de dicho proceso.
La verdad no es más que autoengaño y mentira, pero una mentira que ha sido, a fuerza de su uso, aceptada socialmente.
En el siglo XXI una nueva mutación toma lugar: la inteligencia deviene artificial.
El mundo se llena de replicantes. La humanidad entera, se convierte en simple usuaria de la tecnología, ya no mira el cielo sino a través de una red de ceros y unos. Pero ¿qué resta de la luz de la verdad sino el tenue destello lumínico de la pantalla del celular?
Para decirlo claramente ¿Qué es la verdad en la era de las máquinas?
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han concibe al concepto de transparencia como un imperativo a exponerse, que nos atraviesa a todos los que habitamos de alguna u otra manera las redes sociales.
El panóptico disciplinario de la Edad Moderna visibilizaba los cuerpos; el objetivo de esta visibilización era el control de los mismos en los lugares de enclaustramiento; la exposición que se desprendía de esta visibilidad era concebida como violencia.
Nada más alejado de la actualidad, cuando la exposición no es sólo aceptada sino también deseada.
Hoy en día, vía la inteligencia artificial, todo usuario cumple con la máxima de exponerse a sí mismo. Se torna menester la necesidad de informar cada instante de la vida cotidiana: las minucias de las últimas vacaciones, el documentado minuto a minuto del crecimiento de los hijos, o hechos aún más intrascendentes son expuestas en las redes sociales. Pero yendo un poco más lejos, podemos afirmar que no sólo la experiencia debe ser expuesta, sino que toda experiencia que quede por fuera de dicha exposición es como si nunca hubiese ocurrido. Es decir, la exposición es la condición de posibilidad de la experiencia en la actualidad.
La pregunta por la veracidad de las experiencias cotidianas expuestas hasta el hartazgo en las redes sociales es inconducente y absurda. Lo importante no es la verdad sino la exposición misma.
La existencia se identifica con la exposición extrema de la transparencia. La verdad con la exposición absoluta de la información. Todo esto tiene un rédito económico y consecuencias políticas, ya que, cuanto mayor sea la cantidad de información que expongamos felizmente en nuestras redes, más definido será nuestro perfil como consumidores y más controlables nos volveremos para los distintos algoritmos de la I. A.
En la era tecnológica actual, la verdad toma la forma de desnudez pornográfica donde no hay ningún lugar para el ocultamiento. Esta es la gran diferencia entre la transparencia actual y el desvelamiento de la concepción antigua.
Un velo supone la existencia de un ser acogido en la oscuridad detrás de él. Pero no hay nada oculto en los códigos binarios de los algoritmos, nada que no pueda ser decodificado y recodificado infinitamente.
La información no es algo a lo que accedemos ni algo que producimos, es, por el contrario, la forma de subjetivación actual donde la intimidad y la interioridad ya no existen.
El despliegue cuasi lógico de este proceso es la producción de una supraconsciencia hiperconectada que puede ser explicada en términos trashumanistas; en este sentido, el profesor de la Universidad de la Singularidad José Luis Cordeiro afirma: «Tenemos tres cerebros, el reptiliano, el límbico y el neocórtex. Ahora vamos a crear un cuarto cerebro, un exocórtex en la nube, que va a ser distribuido y descentralizado, como lo es Internet, al cual nos conectaremos sólo si queremos. La nube será un cerebro increíblemente rápido y grande. Y lo que vendrá después es el fin de la edad humana, es algo que entra en el campo de la ciencia ficción, porque no sabemos qué va a ocurrir con la singularidad tecnológica. Vamos a ser parte de una inteligencia colectiva en la que desapareceremos como seres humanos independientes. Y no es algo tan raro: somos los descendientes de bacterias y de organismos unicelulares que hace millones de años decidieron juntarse y crear organismos multicelulares. Nos vamos a convertir en las células de un organismo mayor, de un cerebro planetario. Nosotros hablamos del despertar del universo, y la unidad máxima del universo será el computronium». (recuperado de página web: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-02-09/en-20-anos-vamos-a-ser-inmortales-silicon-valley-desvela-nuestro-futuro_1149510/).
Bibliografía
Han, Byung-Chul. (2022). Infocracia, Buenos Aires: Taurus.
Nietzsche, Friedrich (1996). Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral, Madrid: Tecnos.
Sartre, Jean Paul. (1996). Verdad y existencia, Barcelona: Paidós.
Gabriela Puente es licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la redacción y edición en diversos medios.
Qué buena página!
Muchas gracias por tu comentario.