El pasado 20 de diciembre de 2021 se cumplieron 50 años del estreno de la película «La naranja mecánica» en los EE.UU. Prohibida durante la dictadura militar en la Argentina por el Ente de Calificación Cinematográfica, recién pudo exhibirse en las pantallas nacionales el 25 de julio del año 1985, ya en plena democracia.
Desde el momento de su estreno, el film más impactante del director estadounidense, nacionalizado británico, Stanley Kubrick fue motivo de análisis con críticas a favor y en contra, que incluían elementos inquietantes relacionados con la manipulación psicológica planteada en su narración.
Basada en la novela «A Clockwork Orange», del escritor Anthony Burgess (publicada casi diez años antes del estreno del film, en el año 1962), «La naranja mecánica» es una película ineludible en la historia del cine moderno.
«Publiqué la novela «A Clockwork Orange» en 1962, lapso que debería haber bastado para borrarla de la memoria literaria del mundo (…). De buena gana la repudiaría por diferentes razones, pero eso no está permitido», revelaba Anthony Burgess en 1986, en el prólogo de una reedición de su obra más famosa.
El libro retoma la tradición de las novelas distópicas británicas de los años ‘30 y ‘40 del siglo pasado, como «1984», de George Orwell, o «Un mundo feliz», de Aldous Huxley.
Burgess fue víctima en carne propia de parte de la violencia que se describe en su novela. A través de su protagonista, una especie de precursor del antihéroe, el autor se pregunta sobre qué clase de monstruos engendra la sociedad. Y la respuesta está ahí en la superficie, no se trata de seres marginales, deformados e ignorantes. Son jóvenes de clase media, cultos y carismáticos.
La «Naranja Mecánica» es una película revolucionaria para su época, sobre todo por el tratamiento que hace del tema de la violencia. Se la difundió como una película esencialmente asociada con varias escenas de ultraviolencia explícita. Pero, en realidad, es un film más ligado con la crueldad que con la violencia. El protagonista Alex DeLarge (Malcolm McDowell) y la banda que lo acompaña en sus andanzas son crueles. En todos sus actos criminales está presente el placer y el disfrute, hay una erotización en el daño al otro, que lo trasciende.
Dentro del retorcido código moral de Alex, hay un lugar especial reservado para la “belleza” y su representación simbólica es la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. “El viejo Ludwig van”, como lo nombra afectuosamente el joven DeLarge, es su inspiración para cometer todo tipo de atrocidades y es utilizado posteriormente como parte del instrumento de tortura al que es sometido.
La banda sonora del film subraya y acompaña el desplazamiento maníaco y desenfrenado de sus protagonistas: se trata en su mayoría de versiones posmodernas de buena parte del repertorio clásico del siglo 18 y 19. Rossini, Purcell, e incluso el mismísimo Beethoven son reinterpretados, matizados con los sintetizadores de la compositora e intérprete Wendy Carlos. Gracias a esta decisión estética las obras contienen un halo siniestro difícil de igualar.
El cuestionamiento de la emblemática película de Stanley Kubrick se centra en cómo enfrenta el Poder el desafío que suponen estos sujetos «alienados», específicamente en su intervención desde la misma perspectiva mecanicista e instrumental que el título de la película sugiere: casi como si se tratara de una naranja mecánica, el objetivo es robotizar y domesticar al ser humano. Cuando el tratamiento consigue eliminar el amor por la música de Alex, también elimina su alma, algo que Burgess destaca como un ejemplo de la descomposición moral del estado
«La naranja mecánica» procede de una expresión popular cockney (una zona de Londres) que el autor escuchó en un pub de la capital: «As queer as a clockwork orange» (Tan raro como una naranja mecánica). Una expresión y una imagen «tan surrealista como obscenamente real», aseguraba el escritor; una maldad tan extrema que es capaz de «subvertir la naturaleza» y convertir una fruta en un autómata.
Antes de empezar a escribirla, Burgess había leído que sería una buena «solución» combatir el instinto criminal empleando una «terapia de aversión». Un método de condicionamiento conductual (Pavloviano) ideado por el propio autor, que lo horrorizaba en la medida en que anulaba la capacidad de elección consciente del individuo. «Mejor ser malvado por decisión propia que bueno por lavado del cerebro», aseguró Burgess. Eso es lo que diferencia al hombre de una naranja mecánica, es decir, de «un hermoso organismo con color y zumo», sin una gota de voluntad.
La jerga nadsat, creada por Burgess y utilizada por Kubrick en la película, mezcla el habla coloquial de los jóvenes rusos con el dialecto cockney londinense, lo cual tiene una función clara: la identificación de Alex con su grupo de pertenencia del cual quedamos excluidos. Toda fraternidad supone una forma de segregación. Alex y sus drugos hacen fraternidad, y el uso de una jerga que sólo ellos dominan invitan al lector/espectador a participar en un juego de interpretación y ambigüedad. «Convierte el libro en una aventura lingüística», señalaba el escritor, «pero la gente prefiere la película porque el lenguaje los asusta, y con razón».
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