Cuando era estudiante de cine analizábamos la poética de una autora o autor cinematográfico. Las consignas que actuaban como cimiento de nuestros ensayos partían de una noción mínima del estudio de al menos tres películas de una misma directora o director.
Esa experiencia intelectual-académica me dio las herramientas para luego seguir la filmografía de directores que descubría que me interesaban hasta encontrarme en el presente reflexionando sobre mi propia poética que voy creando con mis obras.
El cine, como expresión artística es de naturaleza subjetiva. La autora o autor, vuelca su mirada sobre la obra sin artilugios comerciales que la invadan. Está construida con elementos narrativos, estéticos y técnicos, que en su sinergia, creadas a partir de su tamiz subjetivo y cocinadas por su dirección en un colectivo, nos permiten contemplar una obra y dejarnos atravesar por ella como espectadores.
Cuando era estudiante observaba que muchos críticos o analistas de películas sostenían certezas de las intenciones del autor. Sin embargo, ahora que soy guionista y directora y también a partir de haber trabajado con tantos directores puedo aseverar que no todas las decisiones son tomadas bajo una absoluta conciencia. Como diría Sigmund Freud, nos rige el inconsciente. Depende de nuestra capacidad de auto observación, de conceptualización y formación. He visto directores más conscientes que otros. Toda obra termina suscribiendo a un marco teórico, aunque algunos no terminan de ser del todo conscientes. Pero mantengo una prudente distancia con el abuso de la teorización. He detectado que en el proceso creativo, cuanto más se relaje ese “ser intelectual” que hay en un artista, más espacio surge para que aparezca la belleza poética espontánea.
En mi experiencia, el camino de lo lúdico y el uso del humor, son herramientas que fui descubriendo que me corren de ese ser algo solemne que dogmatiza el hecho artístico que lo vuelve algo más racional, distante y hasta elitista. Los autores necesitamos conectar con la emoción, a veces lo intelectual racionaliza nuestros sentimientos obstruyendo como un dique.
En las clases de actuación comprendí que atreverse a exponerse y perder el miedo al ridículo es parte de una liberación que habilita un clima de empatía con el espectador. Como en mi película “La Lupa” cuando me subo a unas esculturas de huevos del artista Juan Blas Doberti, mientras me planteo si quiero o no ser madre y en caso afirmativo me indago en cuál sería mi camino en función de cómo me impactó mi propia historia. Mientras esto sucede en una escena juego a empollar un huevo. Ese tipo de escenas permiten jugar inclusive con varias capas de lectura, porque también lo planteé, como mujer heterosexual, que me estaba montando a los testículos de un hombre. A veces funciona, otras, no. A veces se quiere ser madre, pero ese sueño muchas veces se patina, como me sucede en una primera escena, otras logrando elaborar y transitar a conciencia nuestra historia podemos montarnos y empollar bien las decisiones que nos den paz ya sea un vínculo sexo afectivo o la maternidad, como lo termino mostrando en otra escena hacia el final en la que consigo montarlos. Esta escena, que recupero de mi película, es solo un ejemplo de cómo me operó el inconsciente como artista cuando ví esos huevos en la costa de Vicente López. Cuando se me presentó la posibilidad de filmar elegí esa obra para dialogar con ella desde el humor sin temor al ridículo. Al final, la vida es algo ridícula ¿o no?
Como hija de artistas visuales, haber nacido en una casa donde el arte fue la cuna de mi crianza y mi desarrollo -y sin dudas lo seguirá siendo-, pude observar que para ser una autora hay que tener valentía de exponerse, de tomar decisiones. Nuestra obra será juzgada y hasta a nosotros mismos aunque no deberían hacerlo. El arte es exponerse y en ese proceso corremos el riesgo de que suceda, no lo podremos controlar, nuestra obra habla de nosotros y perdemos cierto control sobre ella, el arte es entrega, como el amor. Si de todos modos, siempre nos juzgarán por lo que hacemos y por lo que no hacemos entonces ¿por qué deberíamos detenernos?. Volcar nuestro mundo sensible, nuestros pensamientos y sentimientos, en un hecho artístico evidencia nuestro mundo interno, nuestra psicología transpersonal. Pero tampoco es sólo esto. Es tener el deseo y necesidad imperiosa de expresar ideas a través de una estética y narrativa determinada. Hay artistas que trabajan apuntando a lo individual, otros creamos nuestras obras integrando un contexto social como testigos de nuestra época. Para eso es necesario estar despiertos, formarse y trabajar el talento.
Me he cruzado con personas que desean ser artistas pero que se paralizan frente a la oportunidad. ¿Qué sucede ahí? Se pone en juego todo esto que vengo describiendo. En el proceso de creación de una obra hay que tomar posición y mostrar la visión que tenemos de la vida y de las cosas, y eso a muchos los paraliza. O porque no lo tienen claro, o porque no terminan de entender que hacer arte implica todo ésto y lo descubren cuando se enfrentan a esa posibilidad, o porque creen que solo los iluminados o los que nacen en determinadas circunstancias pueden hacerlo o porque dudan que alguien pueda interesarse por su obra. Esos fueron los argumentos que fui escuchando a lo largo de mi vida.
He participado de talleres artísticos dirigidos por docentes con una mirada sobre un artista, como de un “ser iluminado inalcanzable”. No soy amiga de esas visiones, de endiosar artistas ni llamarlos “maestros”. Porque todos aquellos dispuestos a atravesar este proceso pueden ser artistas. Las preguntas que deben hacerse es si de verdad quieren adentrarse en este recorrido, sostener un compromiso, tener el deseo y la necesidad genuina de expresar.
En una entrevista que hice para un corto que guioné y dirigí donde cruzaba el cine y la arquitectura titulado “Intersección” en 1999, el arquitecto Clorindo Testa me decía que todos nacemos potencialmente artistas. Clorindo tenía junto a su tablero, su primer dibujo infantil de una casa de tres pisos bien sólida, como después haría todos sus edificios. Ese sueño de construir obras lo siguió alimentando hasta su longeva edad. Algunos lo continúan desarrollando porque están estimulados y otros por diferentes circunstancias abandonan ese camino. Pero como muestro en “Habitares” mi primer largometraje documental, el arte es un camino que se puede retomar aún en una tercera o cuarta edad.
El umbral de exposición como autora también lo tuve que vencer. Con “La Lupa” sentí que me expuse por una necesidad imperiosa en mi recorrido creativo y personal, aspectos absolutamente ligados en un artista. Cada autor expresa un universo como lo vive y como lo ve. En mi película muestro un proceso de búsqueda, donde como sucede en la vida entramos y salimos de nosotros para reflejarnos en la obra. Tomamos distancia para escuchar a otros porque también nos ayuda a encontrarnos en una búsqueda que a veces se vuelve sinuosa como muestro en mi película. Me interesaba evidenciar los procesos que no son lineales, donde nos perdemos para encontrarnos. Todo ésto podría ser interpretado como momentos de cierta distancia, que para mí es necesaria para volver a uno y retomar nuestro propio camino para cambiarlo o reafirmarlo. Sin esos respiros no hay aire para el necesario impulso en la construcción de un recorrido artístico. El cine necesita un tiempo y un espacio, pausas, transiciones, distancias y acercamientos, aire, silencios, humor, giros y mística. A veces la cámara está más cerca otras necesita alejarse. Lo pide cada relato en función de la mirada de su dirección.
No importa si nacimos en un barrio popular, en un barrio de una clase social acomodada, si somos niños, jóvenes o adultos mayores. Todos somos potencialmente artistas. El talento artístico se trabaja, se estudia, analiza, reflexiona, se crea a partir de horas y horas de búsquedas, dedicación, de ensayo y error, de aventurarse. Pero se sostiene en tanto uno tenga el deseo y el amor puesto en esa necesidad expresiva para ir nutriéndola. El cine de autora, no es lo que “el medio” pide, las personas patriarcales quieren escuchar de la mujer, los festivales de cine de la burguesía europea buscan o lo que ahora las plataformas de internet aparentemente exigen. Porque ningún espectador delante de una pantalla sabe lo que quiere ver, lo descubre cuando se lo colocan delante y termina eligiendo en tanto lo conmueva. Todo lo que está realizado bajo un sentido comercial, es para vender. Para ofrecer un producto masticado en una vitrina, como las aplicaciones de citas o los shoppings, consumir no por necesidad sino para saciar un vacío o escaparse de alguna angustia. Pero esto es una trampa, al final el cine nos refleja quienes somos.
El cine de autora o autor es una expresión genuina y sincera sin manipulaciones artificiales como nos acostumbran las producciones audiovisuales comerciales que resultan maniqueístas. Y el arte como el amor, no se busca; se encuentra observando y escuchando a los otros y a nosotros mismos. Se va construyendo y esculpiendo, para ir encontrando su propia forma auténtica, trabajando con un sentido artístico, una poética. Y las mujeres directoras tenemos un compromiso social ancestral que es mostrarnos a las mujeres como somos y no como el mercado y la cultura patriarcal siempre nos quiso imponer que seamos. Esto, para mi, es el cine de autora.
Marina Zeising nació en Buenos Aires, es cineasta y docente, graduada de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA y con posgrado en Gestión Cultural en la UNTREF.
Trabaja en producción audiovisual desde hace 25 años, participando en más de 50 producciones, entre largometrajes de ficción y documentales. Paralelamente funda su propia productora y distribuidora ACTITUD CINE con la que produjo y distribuyó el documental MONTENEGRO (2012) de Jorge Gaggero, ORO VERDE (2019) de Sergio Ghizzardi con Bélgica, el documental IMPA LA CIUDAD (2019) con Italia y coprodujo el largometraje de ficción QUEQUÉN (2021) de Guillermo Gravino. Sus tres largometrajes como directora son HABITARES (2014), LANTÉC CHANÁ (2017) y LA LUPA (2019). Todas sus películas fueron exhibidas en cines, Tv, plataformas de internet, centros culturales y educativos, distinguidas por organismos nacionales e internacionales. Ha publicado ensayos y obras literarias como el libro «Cuentos de río» en 2021. Actualmente continúa con su labor docente y desarrollando nuevas producciones audiovisuales y literarias.
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