Ney de Souza Pereira nació el 1 de agosto de 1941, en Bela Vista, en el Mato Grosso del Sur, en la Amazonia brasileña. Aunque el Matogrosso, que adoptó como nombre artístico en 1971 cuando llegó a San Pablo, coincide con el de su estado natal, en realidad lo tomó de su familia, ya que era el apellido de su abuela materna.
Este cantante y actor brasilero comenzó su carrera en el grupo Secos & Molhados, en los años setenta. Luego del éxito enorme de la banda, Ney Matogrosso siguió con su carrera solista que continúa hasta el presente.
En sus orígenes fue muy influido por los cantores de radio y por su temprano descubrimiento, a la edad de diecisiete años, de la ciudad de Brasília. Hijo de un padre militar, que fue una figura de peso en su vida, se produjo un choque natural entre su espíritu sensible y contestatario en contraste con el conservadurismo representado por su núcleo familiar.
Matogrosso es un artista con una personalidad compleja que hizo de la provocación moral y sexual una parte sustancial de su proceso creativo y que, en plena dictadura militar, se erigió como una figura contracultural fundamental de la escena artística brasileña.
Ney, con su característica voz andrógina y su estilo provocador, sus armas para expresar sentimientos y emociones, fue objeto de ataques y de burlas por parte de la prensa moralista y conservadora, a la que resistió estoicamente defendiendo su libertad de expresión y, fundamentalmente, su voluntad de ser fiel a sí mismo.
«En aquel momento que salí del anonimato me transformé en un artista que se manifestaba con la mayor claridad, verdad y libertad, en un contexto en el que no se permitía ser libre. Ninguno me concedió esa libertad. Yo fui a buscarla. Sabía que estaba confrontando con cosas serias, gente que podía mandarme a tirar vivo de un avión, en medio del mar. Pero nunca hui. Siempre me interesó defender la libertad de expresión y las libertades individuales de las personas. Yo osé ser libre hasta hoy».
Matogrosso evitó mostrarse en público durante gran parte de su carrera e incluso durante sus primeros años incorporó a su repertorio e interpretación musical elementos para resguardar su identidad como máscaras y disfraces. Esa capacidad camaleónica actuó como un revulsivo en la por entonces, tradicional sociedad brasileña lo cual lo convirtió en una figura icónica.
«El problema racial de los negros en Brasil está lejos de estar solucionado; y los indios están siendo exterminados para quitarles las tierras y plantar soja. Es terrible. La Amazonia, que es la mayor reserva de uranio, se está vendiendo. No puedo respetar a los políticos que cometen estos desatinos».
Pensar en la catástrofe de Hiroshima me conecta con un tema esencial de su repertorio: «La rosa de Hiroshima», basado en un poema del poeta y músico Vinicius de Moraes.
Muchas veces una canción sintetiza y resignifica momentos cruciales que difícilmente puedan procesarse emocionalmente. En el caso de «La rosa de Hiroshima», nos ilumina poéticamente acerca del horror que nuestra mente no alcanza a representar. En esa instancia, el arte nos permite penetrar en esos laberintos de oscuridad y, como en un sueño, atravesarlos apaciblemente.
Hace exactamente setenta y seis años, el 6 de agosto de 1945, un avión de la fuerza aérea estadounidense arrojó la primera bomba atómica de la historia sobre Hiroshima, al sur de Japón. La explosión liberó un hongo nuclear que ascendió dieciséis kilómetros por la atmósfera. En la ciudad, la onda expansiva elevó la temperatura a un millón de grados centígrados. Setenta mil personas murieron instantáneamente y otras setenta mil murieron en los días y las semanas siguientes, por los efectos de la radiación. Tres días después, Estados Unidos lanzó una segunda bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki. Las consecuencias de estos actos siguen presentes en las vidas de los sobrevivientes hasta el día de hoy y están inscriptos como los más atroces en la historia de la humanidad.
Leí el libro «Canción», del escritor guatemalteco Eduardo Halfon y si bien el argumento gira alrededor del secuestro de su abuelo judío-libanés, mi interés se desvió hacia el episodio del encuentro que el narrador tiene con Aiko, una joven japonesa nacida en la ciudad de Hiroshima, a quien conoce a raíz de un viaje que realiza a Tokio, invitado a dar una conferencia. Tal vez motivada por el relato en torno al secuestro de su abuelo que Halfon está desarrollando, la joven le confiesa acerca de su drama personal:
«Solo una vez vi las quemaduras en la espalda de mi abuelo. Una mañana cuando yo era niña, él me llevó a nadar bajo un puente del río Ota, cerca de su casa. Íbamos solos, tomados de la mano. Al llegar, mi abuelo se sentó en la ladera delante del río y caminó hacia el agua y se quitó la bata delante mío, de espaldas. Yo era muy niña, entendía poco, pero aún recuerdo bien el patrón de la quemadura en su espalda. Era como si tuviera su kimono estampado sobre la piel, o como si alguien le hubiera dibujado la tela de su kimono sobre la piel. Sólo entendí que esas cicatrices eran iguales al tejido de sus kimonos, unos kimonos que yo conocía perfectamente. Pero no le dije nada, ni le pregunté nada. Tampoco sentí miedo … «.
«Iba a decirle que entendía bien el silencio de un abuelo sobreviviente, que entendía bien las marcas que ellos llevan en la piel el resto de su vida. Pero sólo terminé el café en aquel espacio cómodo, grato, casi familiar»… concluye el narrador.
Pensem nas criancas
Mudas, Telepáticas
Pensem nas meninas
Cegas, inexatas
Pensem nas mulheres
Rotas, Alteradas
Pensem nas feridas
Como rosas cálidas
Mas oh! Nao se esquecam
Da rosa, da rosa
Da rosa de Hiroshima
A rosa hereditária
A rosa radioativa
Estúpida e inválida
A rosa com cirrose
A anti-rosa atomica
Sem cor, sem perfume
Sem rosa, sem nada
Lo vimos con mi Amiga del Alma el año 1977 en la Concha Verde (Pão de Azucar) en Río Una maravillosa noche inolvidable Ney un artista fabuloso, impactante