“No necesitamos su educación.
No necesitamos control mental.
Nada de oscuro sarcasmo en la clase.
Profesores, dejen a los niños solos.
¡Eh!, profesores, dejen a los niños solos.
Después de todo, no es más que otro ladrillo en la pared”
Pink Floyd, «The Wall» (1982).
Quisiera hablar de los maestros. De aquellas personas que, además de transmitirnos un conocimiento, nos dejaron una enseñanza adicional; más trascendente que la pura transmisión de información. Lamentablemente, durante mi vida no recuerdo haber tenido muchos maestros. A los primeros los he olvidado y solo registro vagamente a una maestra de la escuela primaria de tercer grado, de la que sólo retengo su nombre: «señorita Inés»…
Fui elegido al azar en la escuela primaria para «tocar» el bajo en la banda de rock: «The Golden stars», que se había formado en mi clase. Durante un tiempo intenté en vano garabatear algunas notas en ese instrumento desconocido e insondable, en hacer mi aporte a la rítmica y en los arreglos que mis compañeros ejecutaban. En su mayoría eran temas de los Beatles, a quienes escuchábamos con el mismo embelesamiento que produce el primer amor.
De la escuela secundaria recuerdo a algunos escasos profesores solventes, pero poco dúctiles y comunicativos. Alguno de ellos con una actitud cuasi burocrática, muy parecida a la desidia. Además de mi incapacidad manifiesta en algunas áreas del conocimiento como las matemáticas o la física, ningún maestro lograba estimular mi deseo de aprender ni en la interminable tarea que conlleva profundizar en el aprendizaje.
El paso por la escuela me dejó un sabor amargo e ingrato. Por alguna razón los mejores momentos los pasé fuera del aula, conversando de cine y literatura con quien después sería mi mejor amigo por muchos años. Era paradójico intuir que, lejos del claustro escolar, podría adquirir aquello que la escuela no me ofrecía.
Sólo disfrutaba de las clases de educación física y la felicidad asomaba cuando el profesor se hacía presente con una pelota de fútbol en la mano. Tuve algunas profesoras con las cuales descubrí el amor platónico. Los primeros escarceos amorosos, siempre escasos e insuficientes.
El viaje hacia el aprendizaje en mi primera juventud me sabe a exiguo, como si a mí dificultad intrínseca, se le agregara la incompetencia de aquellos destinados a transmitir saberes y conocimientos. Todo fue llegando tardíamente a mi vida, sobre todo el anhelado encuentro con el maestro.
Víctor Neuman, en ese entonces oboísta de la Orquesta Sinfónica Nacional, melómano y apasionado, se transformó en mi primer ejemplo de lo que representa un maestro. Con él conocí el placer de tocar un instrumento, aprendí a leer música, a comprender y saborear los distintos matices expresivos de la música clásica con absoluta naturalidad y fluidez. Además de su calidad pedagógica, su sabiduría musical y su enorme pasión por el arte, él consiguió transmitirme confianza en la capacidad para descubrir mis propias potencialidades, despertarlas y finalmente desarrollarlas.
La maestría consiste en poder detectar y enseñar esa zona sensible y virgen, que todos tenemos pero no siempre utilizamos, para nutrirla y estimularla. Claro que eso solo puede hacerlo un verdadero maestro.
El escrito o crónica de Pablo , me interpretó totalmente. Creo que desarrolla su relación con la educación en forma magistral. A los alumnos los interpreta totalmente. A nosotros los profesores nos pone en alerta, ante nuestro trabajo.
Muchas gracias por el comentario! Nuestra intención al escribir la reseña fue plasmar una experiencia personal y rescatar a los verdaderos e inolvidables maestros cuyas enseñanzas nos marcaron de por vida.
Nadie puede transmitir aquello que no tiene, en este caso: la pasión por lo que una o uno enseña y la certeza absoluta del valor que tiene.
¿Es posible que haya veces que las pibas y los pibes se quedan en clase aún después de que haya tocado el timbre del recreo? Sí, muchas veces lo hacen.
Habiendo transitado tantas aulas como alumna sólo recuerdo a aquellos docentes que me transmitieron su amor a lo que hacían. Nunca lo distintivo es la materia sino quien la da. Por eso es tan importante, por lo menos para mí, revisarse continuamente en la práctica docente: «¿Qué pasó en esta clase?, ¿por qué las pibas y los pibes se aburrieron?, ¿por qué nadie (por ejemplo) entendió la misma consigna del trabajo»?
Como dice Skliar: «la responsabilidad es nuestra, siempre». Algo falló al momento de habitar el aula. Lo bueno es aprender y no estacionarse en prácticas que sólo llevan a las pibas y los pibes a no darle valor a lo escolar.
La satisfacción y la emoción cuando la clase fue UNA BUENA CLASE es lo que hace al ser docente algo tan apasionante.
Muchas gracias por tu reflexión! No todos tuvimos la fortuna de haber conocido un verdadero maestro.