El 10 de diciembre de 1967, un avión privado en el que viajaba Otis Redding y su banda se preparaba para su aterrizaje en el aeropuerto municipal de Madison, Wisconsin cuando cayó a las aguas del lago Monona.  De los ocho pasajeros, sólo uno salvó su vida.

Aunque Redding tenía sólo veintiséis años al morir, era uno de los más carismáticos y adorados cantantes de soul de su generación y la contraparte masculina de la cantante Aretha Franklin, a quien le había entregado su hit “Respect”.

En el año anterior en el devenir de sus triunfantes giras en Gran Bretaña, Francia y Escandinavia, en su aparición en el Auditorio Fillmore de San Francisco y en el «Monterey Pop Festival», Redding había superado las restricciones del “Circuito Chitlin” de los teatros de guetos y los “night clubs” que recorrían los artistas negros, en años de total segregación. Estaba determinado a convertirse en el primer artista afroamericano en conectar a la audiencia burguesa con una música como la que había transformado al mundo entero en  el año 1964, con los Beatles. El éxito de Redding con su audiencia blanca fue enorme y lo llevó a un punto sin retorno en su carrera.

Otis estaba feliz y decidió bajar la velocidad de sus giras para concentrarse en componer, en sus producciones y sus grabaciones. En las semanas previas a su muerte, había escrito y grabado una avalancha de nuevas canciones. Una de ellas, la balada “(Sittin on) The Dock of the Bay” (“Sentado en el muelle de la bahía”) se convirtió en su propio epitafio cuando fue lanzado como single en enero de 1968.

El tema fue escrito por Redding, quién diseñó el primer verso en Waldo Pier, California, durante una gira con los Bar-Kays en agosto del año 1967. En principio el título elegido fue «Dock of the Bay». La composición definitiva del tema la continuó escribiendo a lo largo de la gira de los Long Play: “King & Queen” y “Live in Europe”. Sin embargo, no fue hasta diciembre de ese mismo año que Redding y el productor y guitarrista Steve Cropper completaron la canción en su totalidad. Precisamente, lo que iba a sobrar desde el principio era el silbido del final que tanto se ha querido imitar. Redding se había pasado todo el 8 de diciembre de 1967 grabando en el estudio junto a Cropper, pero ninguno de los dos encontraba un final que les gustara, así que se grabó un silbido para recordar la melodía, pero la idea era que desaparecería cuando la letra estuviera terminada. Eso no ocurrió y esa inolvidable conclusión quedó en el registro finalmente editado.

En “(Sittin on) The Dock of the Bay” Otis menciona la bahía de San Francisco, que era el lugar donde él vivía en aquel momento, en una casa flotante al otro lado de la famosa bahía. Redding relata la soledad que había sufrido desde pequeño por las constantes mudanzas a las que se había visto sometido. Además, Otis tuvo que abandonar pronto sus estudios para llevar a su casa el dinero que su padre no podía generar a causa de una enfermedad.

Pero lo más curioso de todo es que cuando el productor Al Bell escuchó por primera vez la canción, no tenía claro qué iba a hacer con ella. El cantante la había grabado informalmente, mientras su voz se recuperaba de una operación de garganta y lo había hecho en el estudio, casi como un juego de amigos. Se había juntado con unos músicos para grabar algunos temas sólo con la idea de pasarla bien.

Al principio, parecía que la canción estaba destinada a ser dejada de lado. De hecho, es lo que pasó porque “(Sittin on) The Dock of the Bay”y otros temas que había grabado en ese momento fueron guardados sin la idea de ser publicados en el corto plazo. Sin embargo, un terrible giro del destino hizo que el futuro del tema cambiara definitivamente. El súbito fallecimiento del artista provocó que la discográfica con la que tenía contrato decidiera publicar una canción nueva de Otis, debido a que el acontecimiento había causado una auténtica conmoción entre los fans del soul.

Por lo tanto, los ejecutivos empezaron a recuperar temas inéditos de Otis y encontraron en «Sitting…» aquello que estaban buscando. Pensaron que el lanzamiento de esta canción podría servir para dar un renovado impulso a las ventas de discos del malogrado artista. Fue así que la editaron y le agregaron efectos especiales: sonidos de olas y gaviotas para mejorarla. Se trató de una elección de lo más acertada, ya que en tan sólo tres meses se convirtió en la canción de mayor éxito del país.

La “ofensiva Tet” (operación militar del ejército de Vietnam del Norte y del Vietcong en 1968 contra las fuerzas aliadas), los asesinatos de Martin Luther King Jr., del senador Robert Kennedy y la elección del presidente Richard Nixon fueron los acontecimientos que dieron el marco histórico para que esta canción se convirtiera en el primer hit póstumo en la historia de Billboard, vendiendo más de dos millones de copias y entregando a Otis una fama que nunca antes hubiera imaginado tener, desde su debut en el año 1962.

Para las audiencias de la era de la cultura pop, repleta de súper estrellas como Michael Jackson, Prince, Usher, Kayne West y Jay-Z, es difícil dimensionar cuan revolucionarias eran las presentaciones de los cantantes de soul como Otis Redding en los primeros años en que aparecieron en escena. Antes de mediados de los años cincuenta, hubiese sido tabú para un hombre negro presentarse mostrando un atisbo de su sensualidad en frente de una audiencia blanca en los Estados Unidos.

Por contraste, las “show women” afroamericanas lo habían experimentado todo, más aún se les exigía que fuera de este modo.

Nacido en Georgia en 1941, el mismo año que nació Emmett Till (niño afroamericano de catorce años que fue linchado en Mississippi en el año 1955), Otis Redding creció en un mundo en el que cualquier comportamiento sugerente por parte de un hombre de raza negra era potencialmente suicida.

El cambio comenzó en los años 50 con la proliferación de emisoras radiales orientadas a la música negra, que promocionaban a cantantes de rhythm & blues como Fats Domino, Little Richard y Ray Charles; y que eran populares entre los adolescentes blancos. Estas estrellas de la música se presentaban siempre tocando el piano.

Otis Redding era distinto, encontró la forma de usar su presencia como un envoltorio muy atractivo para su enorme emocionalidad. Su confianza y su evidente erotismo al cantar personificaba al ideal del hombre afroamericano “natural”. Las audiencias de la época no habían visto nunca algo así. El efecto era tan poderoso que se decía que: “Era como haber visto a Dios en el escenario” (Janis Joplin).

Y de pronto, no lo fue más. La intempestiva muerte de Redding lo llevó a la categoría de mito, como lo eran Charlie Parker y Sam Cooke, artistas cuyas carreras terminaron antes de tiempo y muy cerca de la cima y en las que se esperaba que lo mejor de su trabajo estaba por venir. 

Los discos de Redding liberaron una serie de singles que grabó en 1967. “Hard to Handle», “I’ve Got Dreams to Remember”, y “Love Man”, forman parte de lo mejor de su trabajo, pero, inevitablemente, son sólo una muestra de lo que podría haber sido. Otis Redding podía pasar con mucha facilidad de las baladas más tiernas a canciones como «Shake». Su versión de «Satisfaction» sorprendió a los mismísimos Rolling Stones.

En el año 2007, un panel de artistas, críticos y profesionales del mundo de la música patrocinado por la revista “Rolling Stone”, incluyeron a Otis Redding en el octavo lugar de los “100 cantantes de todos los tiempos”. En esta constelación de talentos se incluían a sus contemporáneos Aretha Franklin, Ray Charles, Sam Cooke, Marvin Gaye, Stevie Wonder y James Brown.

 

En su breve carrera de cinco años como cantante profesional, su voz incomparable lo catapultó como un representante del soul a nivel de la devoción, un cantante que imploraba a su audiencia “intentar un poco de dulzura” (“Try a Little Tenderness”) y, a la vez, lo hacía con una ferocidad que desafiaba las palabras. Su singular combinación de fuerza y sensibilidad, dignidad y autodisciplina, lo hicieron representar la encarnación de la “fuerza del alma” (“soul force”) que Martin Luther King Jr. exaltaba en su discurso épico: “Yo tengo un sueño” (“I have a dream”) como contrapeso a la opresión racista.

Con su forma de cantar y su lírica, este hijo de agricultores de Georgia sigue emocionándonos hasta nuestros días. Como cuando, inspirado, esbozó una melancólica canción sobre alguien que, sentado en un muelle, reflexiona sobre su vida.

Referencia: Jonathan Gould, “ Otis Redding: An Unfinished Life”, 2017.

 

Sitting on the dock of the Bay (Versión en inglés)

Sitting in the morning sun

I’ll be sitting when the evening come

Watching the ships roll in

And then I watch them roll away again

 

I’m sitting on the dock of the bay

Watching the tide roll away

I’m just sitting on the dock of the bay

Wasting time

 

I left my home in Georgia

Headed for the Frisco Bay

Because I’ve had nothing to live for

And look like nothin’s going to come my way

 

So I’m just going to sit on the dock of the bay

Watching the tide roll away

I’m sitting on the dock of the bay

Wasting time

 

Look like nothing’s going to change

Everything still remains the same

I can’t do what ten people tell me to do

So I guess I’ll remain the same

 

Sitting here resting my bones

And this loneliness won’t leave me alone

It’s two thousand miles I roamed

Just to make this dock my home

 

Now, I’m just going to sit at the dock of the bay

Watching the tide roll away

Sitting on the dock of the bay

Wasting time