«Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo, estoy aquí resucitando»
«Como la cigarra», de María Elena Walsh.

El autor nos relata sus recuerdos en varias secuencias, como si se tratara de una ficción autobiográfica, cuyo desenlace casi siempre bordea lo trágico. Con cámara en mano ubica el lente en distintas escenografías en donde los sucesos, en principio idílicos, devienen en pesadillas.

En consecuencia, abreva en su propia experiencia para mostrarnos a un niño sensible y desvalido, «víctima» de un padre sobreviviente de un campo de concentración. La desconfianza hacia el mundo adulto se agudiza en el angustiante episodio del acoso del rabino, horas después del entierro de su padre.

Como en el film «Cría Cuervos», de Carlos Saura, su mirada infantil se posa inquisitiva en ese universo ominoso donde la verdad permanece oculta, «fuera de cuadro».

De ese modo, lo «no conocido», lo que el protagonista prefiere omitir, se vuelve amenazante como esa erupción que le invade la totalidad del cuerpo. El capítulo del corsé-yeso, con un dejo kafkiano evidente, completa la parábola de un ser encerrado en un espacio hostil e incomprensible.

Con todos estos elementos, y ya en su etapa adolescente, asistimos a la desintegración de una familia judía en la cabeza del padre. Lo sucedido hace décadas sigue erosionando las vidas de los sobrevivientes del Holocausto y también las de sus descendientes.

Enorme y honesto relato de superación personal donde sobrevuela todo el tiempo, amenazante, la sombra de la muerte.

Finalmente, a través de su escritura, el autor-antihéroe consigue rescatar del infierno a sus seres entrañables poniéndolos a salvo, «dentro de cuadro».