Cada vez que en los últimos doscientos años la literatura ha sido suprimida, negada o cancelada, esta acción ha gatillado su resurgimiento y su posterior fortalecimiento. Es interesante pensar en todas las obras literarias a las que nunca accederemos, las que se han perdido, destruido o han sido eliminadas por su propio autor.
La censura ha estado presente desde los inicios de la literatura. En el pasado, ejercida por el estado y, actualmente, por el mercado que determina cuáles obras se deben publicar y cuáles no. La censura del mercado es poderosa. Pensemos en las obras que generan cierto debate y que se “ahogan” en la sobreproducción que contribuye a invisibilizarlas. La oferta de las editoriales es tan grande que es posible que nunca logremos acceder a tamaña cantidad de textos.
La semana pasada, «coincidiendo» con el «Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto», un comité de padres de una escuela de Tennessee eliminó a Maus, el único relato gráfico en ganar un premio Pulitzer, de su currículum de octavo grado.
La elección del día parece ir de la mano con otro hecho de esa misma semana: la Universidad de Northampton, en Inglaterra, lanzó la advertencia de que «1984», la famosa novela distópica de George Orwell, considerada una de las mayores obras literarias del siglo XX contiene «material explícito» y «ofensivo o molesto». ¡Más orwelliano imposible! Porque justamente los especialistas señalaron que la distopía publicada en 1949 es una crítica a ese tipo de acciones de censura.
El célebre escritor de ciencia ficción Ray Bradbury, en su novela «Fahrenheit 451» (1953), nos presenta una sociedad en la que los libros son quemados por un cuerpo especial de bomberos. Con la supuesta «loable» intención de alejar al mundo del conocimiento y así evitarles el sufrimiento.
Lo que ocurrió con «Maus» fue que el consejo rector educativo del mencionado colegio norteamericano prohibió el cómic justificando su decisión con frases como “representa el cuerpo desnudo de una mujer”, “profiere ocho insultos”, “tiene material vulgar e inapropiado” o “el «tipo» que la dibujó trabajaba para Playboy”.
La decisión en Tennessee fue unánime: diez votos a favor… y ninguno en contra. Con Maus, se trata del intento de prohibir los hechos fácticos. Luego de esta medida y siguiendo la consecuencia lógica de la prohibición, la lectura de Maus se multiplicó por mil a través de Internet. Como Vladek Spiegelman, la cultura y la verdad siempre sobreviven…
El autor Art Spiegelman se anticipó a estos hechos ominosos en una luminosa carta al «The New York Times», del día 29.12.91, en la que le solicita irónicamente que le retiren a «Maus II» la categoría de obra de «ficción».
Un problema de taxonomía
Al Editor:
Quisiera agradecer al Times por su reconocimiento y apoyo a mi libro “Maus II”. Fue muy gratificante verlo en vuestra lista de best-sellers (8.12.91). Nunca esperé que mi trabajo alcanzara tales alturas (mi ratón nunca “se vistió” para el éxito). Sin embargo, el deleite derivó en sorpresa cuando noté que apareció clasificado como ficción.
Si vuestra lista estuviese dividida en literatura y no-literatura, podría aceptar el cumplido como se pretende, considerando que “ficción” indica que un trabajo no se basa en los hechos. Me siento un poco mareado (confuso). Como autor creo que podría decir que se han cortado (podado) varios años de los trece que dediqué a mi proyecto de dos volúmenes. Si hubiese tomado el camino de novelista, hubiese buscado una estructura de novela (o “novelística”).
El límite entre ficción y no ficción ha sido un territorio fértil para la más potente escritura contemporánea, y sé que vuestro interés no se relaciona con mis pasajes de cómo construir un bunker, reparar las botas de los campos de concentración, y de otros “Cómo hacer …”. Es sólo que me estremezco al pensar como David Duke – si el pudiera leer- respondería al ver un cuidadoso trabajo de investigación basado tan de cerca en las memorias de vida de mi padre en la Europa de Hitler y en los campos de exterminio, clasificada como ficción.
Sé que al representar a las personas con cabezas de animales les he generado problemas de taxonomía. ¿Podrían considerar agregar una categoría especial “no ficción-ratón” a su lista?
Art Spiegelman.
Respuesta de la edición del New York Times:
Pantheon Books, quienes publicaron “Maus II”, la clasifican como “historia; memoria.”.
La biblioteca del Congreso la ubica en la categoría de no ficción:
- Spiegelman, Vladek –Tira de comics, etc.
- Holocausto Judío (1939-1945) — Polonia — Biografía.
- Sobrevivientes del Holocausto — Estados Unidos — Biografía.
Por lo tanto, esta semana hemos movido a «Maus II” a la lista de no ficción, en el número 13.
El listado de obras y autores censurados a través del tiempo es enorme: Ernest Hemingway, Jean Paul Sartre, Aldous Huxley, Máximo Gorki, James Joyce, Orhan Pamuk, Gao Xingjian, con «causas» como la vulgaridad, la moral, la religión, la traición a la patria, etc.
Rimbaud, Kafka, Cervantes, Dostoievski, Borges, Pessoa, Mallarmé, Roth, Canetti, también fueron víctimas de estos procedimientos.
Los ejemplos de censura de la Segunda Guerra Mundial (con el nacionalsocialismo en el poder) se replicaron. Una vez terminada la guerra, continuaron con listas de libros censurados y quemados en hogueras públicas en Alemania y en los Estados Unidos.
De acuerdo con el escritor Patricio Pron en su libro “El libro tachado” (2014) “la constatación de que los procedimientos de borradura y vaciado que tienen lugar en el marco del texto hallan su equivalente en unas prácticas sociales de una larga tradición y en ocasiones son el resultado de ella. Estas prácticas no solo regulan qué textos circulan en un momento histórico y en una sociedad específica”.
Ejemplos de Biblioclastia (destrucción de libros con intencionalidad):
Año 1963:
La policía inglesa destruyó 150 mil libros eróticos con el pretexto de que estos inducirían a la masturbación, lo cual a su vez perjudicaría el rendimiento de las clases trabajadoras. Las clases altas quedaban excluidas debido a que no debían esforzarse tanto como la clase trabajadora.
Año 1965:
Miembros de una «Asociación Juvenil A Favor De Un Cristianismo Decidido» quemaron en Düsseldorf ejemplares de «Lolita», de Vladimir Nabokov, «Un corazón a la medida», de Erich Kastner, «El tambor de hojalata», de Günter Grass, «La Caída», de Albert Camus y “Dentro de un mes, dentro de un año”, de Françoise Sagan, a cuyos autores acusaban de «envenenar» al pueblo alemán».
En las décadas de 1970 y 1980 las dictaduras argentina y chilena hicieron de la destrucción de libros y de la persecución y asesinato de sus autores y lectores una práctica habitual.
Año 1989:
En Irán el ayatolá Jomeini proclamó un edicto o fatwa (sentencia de muerte) contra el novelista inglés Salman Rushdie a raíz de la publicación de su libro «Los versos satánicos» (1988). Esta fatwa sigue vigente, al igual que la que pesa contra el novelista bengalí Taslima Nasreen.
Año 2022:
En el condado de Polk en Florida, Estados Unidos, una escuela eliminó 16 libros pendientes de revisión, que incluían novelas premiadas como” Cometas en el cielo”, de Khaled Hosseini y “Beloved”, de Toni Morrison por considerar que contenían material obsceno.
El comienzo de la práctica de la censura coincide con el momento en que comenzó la producción literaria y se extiende a lo largo de la historia.
«A pesar de que nos gusta creer que es posible aprender de la historia, esta se repite – primero como tragedia y luego como farsa, pero casi siempre como tragedia – sin que sea posible extraer de ella enseñanza alguna. En Alemania, tanto alemanes orientales como alemanes occidentales, continuaron censurando libros tan pronto como acabó la Segunda Guerra Mundial, lo que demuestra que ciertas prácticas sociales no son el resultado de los regímenes que las normalizan, sino que esos regímenes resultan de las prácticas que los trascienden», concluye Patricio Pron.
Me encanto
¡Muchas gracias!