He estado leyendo a la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977). Leí su novela “Americanah”, allí nos muestra la historia de Ifelemu una inmigrante de Nigeria en Estados Unidos llena de deseos e ilusiones que la llevan a escoger opciones que muchas veces le hacen vivir grandes desengaños y que, en otras ocasiones, le dan la energía para salir adelante. La escritura de Chimamanda es emotiva y poderosa. Sus relatos “Algo alrededor de tu cuello” son magníficos y su ensayo “Sobre el duelo” es conmovedor. De alguna forma, sus libros cuestionan la imposición de tradiciones que las mujeres han asumido como propias. Podríamos decir que se trata de un fenómeno transversal en todas las sociedades en mayor o en menor medida y con sus respectivos matices.
Ha sido una grata sorpresa encontrarme con esta escritora nigeriana. Buscaba su ensayo “Todas debemos ser feministas”, que me habían recomendado y que no estaba segura de leer, cuando encontré en Internet su video “El peligro de una sola historia”. Es fascinante el enfoque que esta escritora nigeriana hace sobre nuestra interpretación del relato histórico y de los estereotipos que se crean al respecto. No se trata de que no sea verdadero, sino que generalmente es incompleto.
De una forma coloquial y amena Chimamanda nos habla como si estuviésemos tomando un café con amigos, sobre un tema profundo y muy complejo en el que el medio en que nos haya tocado nacer y desarrollarnos como personas es decisivo. Cada uno de nosotros vive en una cultura determinada. Todos tenemos una historia sobre la cual se construyen muchas otras historias que constituyen parte de nuestra vida y que nos hacen ver la realidad con distintos prismas y perspectivas.
En el video, Chimamanda nos cuenta historias de su niñez hasta la actualidad. Eran sus “historias únicas” relacionadas a los libros que leía desde niña. Le gustaba escribir cuentos basados en su entorno y en los personajes de esos libros, que generalmente eran de raza blanca. Chimamanda nos dice “Porque yo sólo leía libros donde los personajes eran extranjeros, estaba convencida de que los libros, por naturaleza, debían tener extranjeros, y narrar cosas con las que yo no podía identificarme”. Todo cambió cuando descubrió los libros africanos que, mezclados con la lectura de libros de otras latitudes, le abrió nuevos mundos.
Todos tenemos “nuestra visión” de las personas, las culturas, los países y los valores. En muchas ocasiones somos ignorantes de otras realidades pues hemos efectuado una construcción mental que ha sido definida por nuestro entorno y no empatizamos con el dolor de nuestros congéneres. Somos prejuiciosos y tenemos modelos estereotipados sobre algún grupo étnico o una realidad distinta a la nuestra. En la historia de la humanidad hay muchos ejemplos de este tipo y, hasta hoy, en nuestros países lo seguimos percibiendo en la convivencia con los inmigrantes, con las minorías sexuales, étnicas y con cualquier ser humano que sea diferente. Lo vemos en el comportamiento de nuestros gobernantes, en sus políticas y en las conversaciones diarias en las que nos cuesta reconocer que la multiculturalidad nos enriquece y que la falta de pluralidad nos limita. Podríamos concluir que somos prisioneros de nuestros sentimientos de subjetividad y que nuestras “historias únicas” nos ahogan.
Chimamanda nos dice que el famoso pensador John Locke (1632-1704), después de su viaje a África Occidental se refirió a los africanos negros de una manera despectiva. Lo mismo sucede con el filósofo alemán Friedrich Hegel en su obra “La razón en la historia”, en la que realiza afirmaciones ofensivas para África. Hegel nunca había estado en África y se basó sólo en las investigaciones del geógrafo Karl Ritter (1779-1859) para escribir su libro.
No podemos hablar de “una sola historia” sin referirnos al poder. En el idioma Igbo (lengua hablada en Nigeria) existe la palabra nkali, que significa ser más grande que el otro. De acuerdo con Adichie las historias de nuestros entornos políticos y económicos se basan en los principios del nkali. El poder entonces definirá cómo se cuentan nuestras historias, quiénes las relatan, cuándo y cuántas historias se cuentan. Y, lo más preocupante, el poder no sólo tendrá la habilidad para contar la historia de otros, sino que hará que ésta sea una historia única y definitiva.
El poeta palestino Mourid Barghouti (1944-2021) decía que, si se pretende despojar a un pueblo de su dignidad, la mejor forma de hacerlo es contar su historia y comenzar con la expresión y “en segundo lugar”.
Por ejemplo, si empezamos con la historia de las flechas de los pueblos nativos de Norteamérica y no con la llegada de los ingleses tendremos una versión de la historia completamente distinta. Este método se ha empleado en muchos regímenes totalitarios a lo largo del devenir de la humanidad.
Con estos ejemplos podemos comprender la pequeñez y miseria con las que experimentamos las “historias únicas”, profundizando nuestras diferencias con el consecuente daño para la dignidad de las personas.
A pesar de la distancia con Nigeria y de Chimamanda, nuestros países viven situaciones parecidas. Nuestras «historias únicas» representan una enorme limitante para el progreso de nuestros pueblos. Desafiar prejuicios y estereotipos no es fácil, y vivir en armonía parece una tarea monumental. Aceptar la diversidad, escucharse, establecer puntos de encuentro eliminando las desconfianzas nos permitirá relacionarnos en comunidad en base al respeto y al amor. La educación de nuestros niños juega un rol fundamental en este aspecto. Es en el aula donde a través de experiencias prácticas, debates y el diario convivir podremos forjar individuos con conciencia histórica que aprendan a valorar la diversidad. Salir de nuestros mundos y de “nuestras historias” para abrirnos a la riqueza de la realidad.
Es imperativo reconocer que actualmente somos sociedades multiculturales. Situaciones como la inmigración representan un desafío que no podemos postergar y que necesitan de una mirada multidisciplinaria y urgente de abordar. Del mismo modo, acoger a nuestros pueblos originarios, reconocer y respetar su riqueza y sabiduría, implementar políticas pensadas no desde la cultura occidental, sino diseñadas desde la cosmovisión propia de cada uno de estos pueblos también representan tareas urgentes. Debemos aprender a acercarnos al otro para asegurarnos juntos un porvenir común en el aprendizaje mutuo.
La mirada del gran biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana (1928- 2021) puede ser pertinente como conclusión. Su desarrollo de una biología del conocer y del amor buscó situarse desde un paradigma relacional y amoroso, en donde la empatía, el cuidado, la reflexión desapegada de certezas, la confianza y la convivencia democrática fueran sus horizontes. Fue crítico de modelos políticos centrados en la competencia, en la negación del otro a través del racismo, del machismo y del clasismo; y de un desapego completo de la naturaleza, como si fuéramos los únicos seres vivos, lo cual nos ubica en una crisis climática que está poniendo en riesgo las condiciones mínimas de vida en el planeta.
Los distintos movimientos sociales en nuestros países representan una crítica al modelo neoliberal imperante y su lucha representa una búsqueda de un nuevo estado y sociedad centrado en la colaboración y en la confianza.
“El estallido social fue una queja por no ser visto. Porque el Estado no estaba cumpliendo con el compromiso fundamental de ocuparse por el bienestar de toda la comunidad. Y esto tiene que ver con el trasfondo de esta cultura centrada en la competencia”. Humberto Maturana.
“Siempre he tenido la impresión de que es imposible conocer debidamente un lugar o a una persona sin conocer todas las historias de ese lugar o esa persona. La consecuencia del relato único es la siguiente: priva a las personas de su dignidad. Nos dificulta reconocer nuestra común humanidad. Enfatiza en qué nos diferenciamos en lugar de en qué nos parecemos. Contar una sola historia roba la dignidad a los pueblos”. Chimamanda Adichie.
El estallido social fue una queja por no ser visto. Porque el Estado no estaba cumpliendo con el compromiso fundamental de ocuparse por el bienestar de toda la comunidad. Y esto tiene que ver con el trasfondo de esta cultura centrada en la competencia”. Humberto Maturana.