“Mi desgracia es que para mí no existe ni una sola cosa exterior, todo es corazón y destino”.
Marina Tsvietáieva
La poesía de Marina Tsvietáieva (Moscú 1892, Elábuga 1941) encuentra siempre la palabra exacta, la más contundente y la menos ambigua. Son brillantes sus metáforas sacadas de la historia, de la naturaleza y de la vida cotidiana. Su poesía es nostálgica, canta al derrumbe del mundo. Para ella, la finalidad de la creación poética es la poesía misma.
Para Marina, leer es una interpretación, extraer el misterio de lo que está más allá de las líneas, más allá de los confines de las palabras. El poeta es el eterno descontento: debe huir de su pertenencia a una tierra, a un pueblo, a una nación, a una raza, a una clase y hasta a su tiempo. Marina ratifica así el pensamiento del gran poeta ruso Ossip Mandelstam: “¿Qué hora es? La eternidad”.
Marina Tsvietáieva invade, arrasa y edifica imperios en la poesía rusa universal al lado de Pasternak, Maiakovski, Ajmátova y Mandelstam. “Mujer hechicera y hechizada”, la llama Octavio Paz. No existe una voz tan llena de pasión como la suya en todo el horizonte poético del siglo XX.
Marina y Konstantín
Cuando Marina Tsvietáieva y Konstantín Rodzévich se encontraron por primera vez (Praga,1923), Marina acumulaba varios infiernos íntimos. Tenía dos hijas (Ariadna e Irina) con Sergei Efron, del que pasó cuatro años separada con la convicción de que estaba muerto. Sergei se había enrolado en la Guardia Blanca en los tiempos de la Revolución de Octubre. Marina había alcanzado cierto reconocimiento en el ambiente literario de Moscú con tres libros publicados (“Álbum de la tarde”, “Linterna mágica” y “De dos libros”). Entre sus amores, «los idilios cerebrales» como ella decía, figuraban Boris Pasternak y Rainer Maria Rilke. Había escapado de Moscú el 11 de mayo del año 1922 tras años de espanto. Y llevaba por dentro los zarpazos del bolchevismo, que persiguió a los artistas de la vanguardia rusa.
Marina le envió treinta y un cartas en las que no se guardó nada, compartía con él sus proyectos, sus poemas, sus desesperaciones y sus deseos. Rodzévich fue el gran amor de la poeta. Cuando la nieve dejó de ser blanca y el pan ya no sabía a pan, aquel joven estudiante de derecho y oficial ruso, amigo de su marido y tres años menor que ella, se convirtió en su único faro.
El “Poema de la montaña” (Praga, 1924), grito de amor herido, es sin duda el poema lírico más trágico de su obra. El inspirador de este poema, Constantin Rodzévich, le hizo conocer el amor sensual y absoluto. Al recordar su encuentro, Marina escribe a un amigo: “Ah, ¿cómo es que suceden estas cosas? Yo estaba presa de una gran melancolía y alguien me respondió… supe que iba a entregarme a un inmenso sufrimiento”.
“Las palabras te arrastran, como las rimas, sobre todo a mí, que conozco su vida propia. Nos perdemos en las palabras (yo, usted no), son como profundas tinieblas y en ocasiones terribles bancos de arena, a veces a causa de las palabras se me seca la boca, como si me hubiera engullido el Sahara”. En la escritura de Tsvietáieva se vacían sus sentimientos con desesperación. La urgencia encuentra su vía de escape en las frases más simples: “Si el domingo no puede, venga el lunes. El martes ya lo tengo ocupado. Si estuviera en su lugar vendría el domingo”.
La insatisfacción es uno de los temas recurrentes de su obra y de su vida, se respira entre las líneas de sus cartas. El sufrimiento ante lo terrenal se expresa permanentemente con una nota de ironía y de autenticidad: “¡No soporto más que nos veamos en las cafeterías! ¡Sólo de pensar en la inevitable mesita que nos separa me angustio! No es humano”. “Sólo puedo relacionarme con lo auténtico: una felicidad auténtica, un dolor auténtico, una crueldad auténtica: únicamente con el fondo del ser humano, con todo lo que comienza a surgir de ese fondo”.
Konstantin Rodzévich conservó la correspondencia de por vida. En el año 1960 se las confió a un amigo para que se las pasara a Ariadna, hija de Marina y la única sobreviviente de la familia. Ariadna, sin leerlas, las selló y dispuso que tras su muerte (1975) se depositaran en el Archivo Estatal de Literatura de la URSS. Y ordenó que no fuesen reveladas hasta finales del año 2000.
En las cartas, Tsvietáieva deja rastro de su candor: «Por primera vez amo a una persona feliz y, quizá, también por vez primera busco la felicidad en vez de la pérdida, quiero tomar y no dar, ser y no perecer. En usted siento la fuerza, esto nunca me había pasado. La fuerza de amar no a mí entera -¡el caos!-, sino lo mejor de mí, lo esencial. Nunca le había otorgado a nadie el derecho de elección: o todo o nada» (22 de septiembre de 1923).
Durante unos meses, la poeta vive inundada de recuerdos extraordinarios. Pero en diciembre del año 1923 decide que no quiere dañar a Sergei, su marido. No lo ama, pero siente por él un afecto protector. Por su parte, Rodzévich se casaría más tarde, en París en el año 1926.“Sea feliz, si no es por su esposa, que sea por París, por el verano y – de todo corazón le digo – por mi amistad, que vale mi amor”.
En aquellos meses en Praga con Rodzévich, la poeta rusa fue más feliz que nunca. Más que en ningún otro lugar. Aunque el final fuese la despedida. Tras la separación de Rodzévich escribió dos de sus conjuntos de poemas más importantes: “Poema de la montaña” y “Poema del fin”. Se dejaron, pero se volvieron inolvidables. El arrepentimiento hasta el último día por no haber dado el paso de estar juntos fue mutuo. Marina Tsvietáieva se suicidó en 1941. Y uno de sus versos memorables se cumplió: «Algún día, criatura encantadora, para ti seré sólo un recuerdo«.
“Querido mío:
No estoy cumpliendo mi deseo sino mi ansia: le escribo y soy feliz de encontrarme sola en este momento. (abajo suenan los primeros acordes del reloj: siete). Son las siete. El azul de la ventana. Su hora habitual. Usted no vendrá y no le espero. Estoy tranquila, estoy con usted”
Sábado, 22 de septiembre de 1923
Poema de la montaña
¡Oh negra montaña
que tapas el mundo entero!
Es hora, es hora, es hora
De devolverle al Creador el boleto.
Me niego a vivir
en el manicomio de los monstruos;
me niego a aullar
con los lobos en las plazas.
Marina Tsvietáieva, Praga, 1924
Marina Tsvietáieva (Moscú 1892, Elábuga 1941). Vivió las revoluciones rusas de 1905 y 1917, la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. En 1922 abandona Rusia y reside primero en Praga y más tarde en París. En 1939 regresa a la URSS. En 1941, durante la invasión nazi, fue evacuada a Elábuga, a la República Tártara donde, al poco tiempo, ignorada por todos, pone fin a su vida. Tsvietáieva es, junto a Borís Pasternak, Ossip Mandelstam y Anna Ajmátova, una de las figuras más relevantes de la literatura rusa del siglo XX. Su prolífica obra encierra tanto la poesía como el ensayo, el teatro y la narrativa.
Ref:
Libro: «Marina Tsvietáieva, Cartas de amor a Konstatin Rodzévich», Edicion de Reyes Garcia Burdeus.
El Mundo,»Y por una vez Tsvietáieva fue una poeta feliz», Abril, 12, 2018
Se puede tener control de las rimas,las frases,el sentido de las palabras la oratoria toda forma literaria,pero el sentimiento es un errante disperso y caprichoso condenado a esperar.
Las plegarias del corazón no resisten rimas.
El sentimiento por lo desconocido el hoy revela las sensaciones del
Pasado…
En mí opinión todo poema está cargado de una impronta personal, emocional y sentimental, creo que rima internamente, me gusta mucho su escritura de coraje y amor.
Maravillosa poesia! Llena de amor desesperado y doliente…
Siempre de estos amores sufridos, nace poesia inigualable…
Como toda buen poeta maldición de vivir al límite
La poesía puede decirlo todo. Pero la buena poesía no depende de los sentimientos sino del decir sin decirlo, de la imagen y dónde lo no dicho vale tanto como lo explicitado. Finalmente la poesía es saber decirlo de la forma correcta.