El sueño de Valeria

De Alter Pablo Rozental

06 de Ago de 2023

Soy Valeria, divorciada, tengo cuarenta años y hace treinta que estudio teatro. Mi única vocación es la actuación. Hice talleres, cursos, entrenamientos y seminarios para alimentar mí talento natural. En este momento comparto un grupo teatral con mis colegas actorxs en donde entreno pero nunca estreno. Después de haber recorrido un largo camino ¡muchacha! estoy convencida que merezco mejor suerte aunque sólo me ofrezcan bolos en alguna que otra película menor. Me siento agobiada por el poco reconocimiento que recibo de parte de los productores, no entiendo por qué no me convocan para un papel estelar. A cambio de mis pequeñas y escasas colaboraciones no obtengo lo suficiente como para sobrevivir. Sigo confiando en que, tarde o temprano, se abrirá la tranquera hacia cierta continuidad laboral y aunque eso todavía no haya ocurrido y la puerta continúe cerrada, seguiré perseverando y mixturando cabeza dura y corazón blando. Estoy convencida de que una vez que encuentre una oportunidad, mí carrera se consolidará y ¡por fin! me convertiré en una actriz imprescindible. Contemplo incrédula a mis cumpas actorxs recolectando elogios y éxitos, mientras veo cómo las chances se esfuman delante de mi nariz. Al mismo tiempo, trabajo como empleada pública para poder cubrir las necesidades de mi pequeño hijo. Publico, como si se tratara de un diario íntimo, en mis cuentas de Facebook e Instagram, acerca de mis desventuras existenciales, mis pen-ureas y tribulaciones vitales. Allí describo puntillosamente mí lucha solitaria por convertirme en lo que siempre soñé: ser una actriz exitosa. También cuento detalles de mí vida y hago catarsis por mí destino kármico en el mundillo del espectáculo.

Casi por casualidad me enteré en mi encuentro semanal del grupo de teatro que una agencia productora de cine estaba buscando a una actriz desconocida para el papel principal de su próxima película. Un compañero  me propuso participar en una sesión de casting y acepté entusiasmada. Sólo me pidió como condición que lo mantuviera en estricto secreto y que debía tener absoluta discreción (se nota que nunca leyó mis posteos). Tratándose de un rol tan codiciado no convendría que alguien más del grupo se enterara. Le pregunté acerca de las características psicológicas del papel a desempeñar. Me reveló que el personaje tiene una vocación muy clara en la vida en donde la entrega y la valentía son sus principales atributos. También me sugirió que me concentrara hasta el día del casting en ambas cualidades e intentara internalizar las características de una persona capaz de cumplir una misión por la cual será recordada para siempre. En los días siguientes, me enfoqué en mí futuro papel y ensayé incansablemente durante horas y horas.

¡Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así! (Serrat dixit). Mi gran día, ¿por qué no? Alguna vez me tiene que suceder, repito como un mantra frente al espejo. ¡Hoy puede ser un gran día, duro con él!  Esta tarde me esperan para audicionar ese papel que parece inspirado en mí. ¡Al fin! ¡Dale, Vale! ¡Dale, que el protagónico esta vez no se te puede escapar! Por si hiciera falta, imploro. Ya me imagino en la escena, con los reflectores de frente tratando de concentrarme y no arrugar frente a las miradas anónimas y silenciosas. Hace dos días, cumplí cuarenta años, eso definitivamente debe querer decir algo. Mi revolución solar de este año es una promesa de éxito, aseguró mi astróloga. Que Neptuno, Júpiter y el Sol y que algo muy especial iba a suceder, me dijo. ¡Esta vez tiene que ser!

Cuando llegué al lugar pautado para la prueba ví una silla en la que, automáticamente, me senté.  Frente a mí se encendieron dos potentes reflectores que me encandilaron tanto que necesité proteger mis ojos tapándome con una mano. Una vez recuperada la visión, noté la presencia de algunas siluetas detrás de las luces y de una cámara de vídeo sostenida por un trípode. Una voz firme me ordenó que leyera con claridad y firmeza mis líneas en el teleprompter (*). Empecé a leer un poco insegura: «Tengo el honor de haber sido designada para cumplir con una histórica tarea«. A pesar de mi nerviosismo, intento parecer segura y convincente: «Mi único propósito es poder estar a la altura de las circunstancias».  A medida que me voy apoderando del discurso, me quiebro pero logro recomponerme rápidamente: «Me preparé toda la vida para afrontar este desafío y confío en poder cumplir con mi deber de llevar adelante esta tarea que me ha sido encomendada hasta sus últimas consecuencias«. Estoy tan conmovida que ya no puedo contener las lágrimas que ruedan por mi cara. Ensayo una improvisación final: «Sé que no será una misión sencilla. Tengo la firme convicción de que cuento con la fuerza y el valor suficientes para afrontar este desafío y superar cualquier obstáculo que se me cruce en el camino».  Un fuerte aplauso me rescata de mí abstracción. Luego, sorprendida, sonrío tímidamente. Se apagan los reflectores. Cuando vuelven a encenderse las luces descubro en el mismo espacio un biombo y una muda de ropa prolijamente acomodada sobre una silla. Se trata de mí vestuario; me calzo un chaleco como el que usan los fotógrafos, del que cuelgan dos tiras rojas a ambos lados. Me observo en el espejo y reconozco en mí cara una pizca de soberbia. Vuelvo a sentarme frente a la cámara y una voz impersonal me confirma que interpretaré a una fotógrafa que está cubriendo un evento masivo y deberá infiltrarse entre el público que se encuentra cerca del escenario. Al llegar al lugar indicado, tendrá que esperar a que suene su celular y entonces, una vez recibida la órden, deberá tirar de las cintas rojas. Una sensación extraña recorre todo mi cuerpo, es la primera vez que me ofrecen un rol principal y no puedo dejar de pensar en las miles de frustraciones que llevo acumuladas en mi sufrida humanidad.  

Ya en el lugar del rodaje camino nerviosamente entre la gente hacia el escenario con una cámara fotográfica colgando de mí cuello. Sin embargo, me muevo con destreza, muy resuelta y segura. Desde mi nueva ubicación, observo los preparativos del acto. Sorpresivamente suena el celular, lo busco, sobresaltada, entre mi ropa. Intuyo que el momento decisivo está por llegar pero al escuchar la inconfundible voz de mi hijo me paralizo. El llamado me confunde, doy marcha atrás y comienzo a alejarme. Un miedo desconocido me estremece y sólo pienso en desaparecer del lugar, deshacerme del chaleco que me pesa una enormidad y abortar la misión. En ese preciso momento vuelve a sonar el celular y una voz enérgica me advierte: «Te estamos filmando, vas a arruinar la escena«. Y luego la misma voz, imperativa, me ordena: «Ya es la hora de pasar a la inmortalidad. ¡Luz cámara, acción!». Inmediatamente, vuelvo sobre mis pasos, me coloco mis auriculares (está sonando fuerte el tema de Nirvana «Breed«). Avanzo con paso firme y vuelvo a dirigirme hacia el escenario para confundirme entre el público presente. Cuando llego al palco, y sin dudarlo, tiro con ambas manos de las cintas rojas que cuelgan de mi chaleco. 

Inmediatamente, una extraña luz tiñe el aire y una increíble felicidad invade todo mí ser…

(*) Aparato que consiste en una pantalla conectada a una cámara y a una computadora, que sirve para pasar el texto que una persona, especialmente un periodista, debe leer ante la cámara.

Categorías: Literatura
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