«Para mediados de agosto quiero estar en París, un par de días solamente. No me preguntes por qué, para qué, pero quiero que estés para mí, una noche o dos, tres. Llévame al Sena, vamos a mirar y mirar bien adentro hasta que nos hayamos vuelto pececitos y nos reconozcamos».
Ingeborg Bachmann, Viena 24 de junio, 1949
¿Para qué y para quién escribir después del dolor? Las respuestas de los poetas Paul Celan e Ingeborg Bachmann a esta pregunta forman parte del crisol de su literatura y de las circunstancias de sus vidas destruidas por las tragedias ocurridas en el siglo XX.
Paul Celan (1920-1970) nació en Czernowitz, Rumania (hoy Ucrania), ocupada primero por las tropas rusas y luego por las alemanas tras la ruptura del pacto nazi-soviético. Su vida transcurrió entre la disolución y la pérdida. Su patria real fue sin duda el lenguaje. Nacido en 1920, la cultura germana y judía educaron su infancia. Un día de 1942 volvió a su casa para descubrir que sus padres habían sido deportados. Él mismo fue recluido en un campo de concentración rumano y puesto en libertad después de la guerra emigrando a París en 1948, donde fue profesor de alemán en la Escuela Normal Superior de París.
Ingeborg Bachmann (1926-1973) nació en Klagenfurt, Austria y a los trece años había sido testigo del desfile de las tropas nazis por su ciudad. Un hecho, que junto a la colaboración de su padre con el régimen opresor la marcaría de por vida. En la primavera de 1948 estaba en Viena estudiando filosofía y era una poeta incipiente, en busca de su voz y su lugar en la escena literaria vienesa de posguerra, una escritora que por aquel entonces completaba su tesis doctoral. Su encuentro con Paul Celan sería el preludio de la fascinante y apasionada relación de dos mentes privilegiadas que duraría toda la vida. En una reunión con amigos comunes cruzaron sus miradas y su encuentro supuso para ambos una cumbre de felicidad, creación, poesía y amor que no se repetiría en el resto de sus cortas vidas.
(…) Mi ojo desciende al sexo de la amada:
nos miramos,
nos decimos lo oscuro,
nos amamos uno al otro como amapola y memoria,
dormimos como vino en las conchas,
como la mar en el rayo de sangre de la luna (…).
«Corona» (fragmento),1948
Bachmann y Celan, los dos poetas en lengua alemana más importantes de la segunda mitad del siglo XX, tenían destinos que no podían ser más disímiles: la estudiante de filosofía, hija de un austríaco que se afilió tempranamente al PNSTA (Partido Nacional Socialista de Trabajadores Alemanes), y un judío de Czernowitz de lengua alemana, que había perdido a ambos padres en un campo de concentración alemán y era, a su vez, sobreviviente de un campo de trabajo rumano. De esa diferencia infranqueable, Paul Celan, deriva su escritura como poeta judío para lectores en lengua alemana después de la catástrofe.
Para Ingeborg Bachmann, que ya antes de este encuentro se había confrontado con el reciente pasado alemán y austríaco, esa diferencia se convierte en un nuevo impulso para luchar durante toda su vida contra el olvido del horror y también para comprometerse con la poesía de Celan. Tanto la diferencia como el esfuerzo por retomar continuamente el diálogo, en algunos casos después de profundas perturbaciones, definen la correspondencia entre ambos. Desde el primer poema, regalado en mayo de 1948, hasta la última carta, en el otoño de 1967. Se trata de un gran testimonio de vida, tan dramático como movilizador.
En Egipto.
Para Ingeborg
Le dirás al ojo de la extraña: ¡Sé el agua!
Las buscarás, en el ojo de la extraña, a las que sabes en el agua.
Las llamarás para que salgan del agua: ¡Ruth! ¡Noemí! ¡Miriam!
Las adornarás cuando duermas con la extraña.
Las adornarás con el pelo de nubes de la extraña.
Les dirás a Ruth, a Miriam y Noemí:
¡Miren, duermo con ella!
La adornarás más bella que a ninguna, a la extraña que tienes a tu lado.
La adornarás con el dolor por Ruth, por Miriam y Noemí.
Le dirás a la extraña: ¡Mira, dormí con ellas!
Viena, 23 de mayo de 1948.
La escritura ocupa el centro en la vida de ambos. En los años 50’ se los solía mencionar como los principales representantes de la lírica de posguerra. Pero para ninguno de los dos escribir es algo sencillo, tampoco escribir cartas. La disputa con la palabra adquiere un lugar central en su correspondencia. Continuamente hablan de cartas no enviadas y de necesidad de ellas: Bachmann dice: «Escríbeme simplemente» y Celan evidencia lo difícil que se le hace incluso ese pedido: «Ahora te escribo, no más que unas líneas, para pedirte también que escribas unas líneas». Y a veces lo único que queda es invocar las posibilidades del diálogo: «Encontremos las palabras».
Paul Celan a Ingeborg Bachmann, Paris, 26 de enero de 1949
Ingeborg:
Intenta olvidar por un momento que guardé silencio tanto tiempo y con tanta tenacidad. Tuve mucha aflicción, más de la que mi hermano podía quitarme de encima, mi buen hermano, cuya casa seguramente no habrás olvidado. Escríbeme como si le escribieras a él, a él que siempre piensa en ti y que guardó en tu medallón la hoja que ahora has perdido. ¡No me hagas esperar, no lo hagas esperar!
Un abrazo
Paul
Ingeborg Bachmann a Paul Celan, Viena, 12 de abril de 1949
Querido mío:
Estoy tan contenta de que haya llegado esta carta. Y ahora te he hecho esperar tanto yo también, sin ninguna intención y sin un pensamiento hostil. Sabrás por ti mismo que a veces pasa. Uno no sabe por qué. Dos o tres veces te escribí una carta que después no envié. Pero qué importa eso si cada uno piensa en el otro y tal vez sigamos haciéndolo mucho tiempo más.
(…) Pronto volverá la primavera, que el año pasado fue tan rara e inolvidable. Sin duda nunca más volveré a andar por el parque municipal sin saber que puede ser el mundo entero, y sin volver a ser el pececito de entonces. Sentí todo este tiempo que estabas afligido; hazme saber si te ayudaría recibir más cartas.
En el otoño unos amigos me regalaron tus poemas. Fue un momento triste porque vinieron de otros y sin una palabra tuya. Pero cada uno de los versos fue un resarcimiento.
(…) Ahora entiendo bien que irte a París era lo mejor que podías hacer. ¿Qué dirías si este otoño de pronto yo también estuviera allí?
(…) Para terminar quisiera decirte algo más: la hoja que pusiste en mi medallón no se perdió, aun si ya no estuviera ahí desde hace mucho tiempo; pienso en ti y todavía sigo escuchándote.
Ingeborg
Los poemas que intercambiaron, sus casi doscientas cartas, son testigos de las posibilidades y las limitaciones de la comunicación. Estos documentos nos hablan no sólo de un gran amor, sino también de la ausencia del poder del lenguaje bajo ciertas circunstancias, del miedo a la palabra escrita y de la firme creencia en el diálogo a través de la poesía.
Celan es, sin duda, uno de los poetas en alemán más importantes de todos los tiempos. También fue un escritor de brillante prosa, “Microlitos: Aforismos y textos en prosa” es prueba de ello. Sus páginas evocan no sólo las imágenes, los olores y los sonidos de una infancia en los años previos a la guerra, sino también la frustración de los últimos días del autor.
“Hay ojos que van al fondo de las cosas. Que divisan un fondo. Y hay otros que van a lo profundo de las cosas. Esos no divisan ningún fondo. Pero ven más profundo”.
En la poesía y prosa de Celan seguimos el proceso de su pensamiento, la eliminación de la esperanza, de la dignidad, del lujo, de la necesidad, de uno mismo; y en la reducción de un hombre a su esencia, podemos buscarnos a nosotros mismos. Cada fragmento ofrece su propia belleza, su propia visión. La poesía de Celan nos hace reír, llorar, olvidar y recordar.
El tiempo y las circunstancias de la época conspiraron para distanciarlos. Tras aquellos meses felices de la primavera de 1948 (en los que Celan llegaría a escribir “mi dormitorio es un campo de amapolas”), no sería hasta 1950 que vivirían juntos, en París, durante dos meses, con terribles consecuencias. Bachmann se referiría a aquella breve convivencia como “un drama de Strindberg”. Volvieron a coincidir en la primavera de 1952, en la reunión del influyente círculo literario de posguerra, “Gruppe 47”. Ambos fueron invitados a leer sus trabajos: un triunfo para ella, una catástrofe para él. La recepción del poema “Todesfuge”, “Fuga de muerte”, que Celan consideraba como “el único epitafio que mi madre tuvo”, fue más bien fría.
Si bien se alejaron por decisión de Celan, en contraste con la esperanzada desesperación de Bachmann, continuaron intercambiando correspondencia sobre asuntos literarios. Ingeborg fue incansable en su dedicación a la difusión de la escritura del poeta y su reputación. Ambos fueron invitados a un simposio en Wuppertal en 1957 y la historia de amor se reanudó. Ahora era Celan el que inundaba a Bachmann con cartas, poemas y se dirigía a ella como a una igual, reconociendo su maravillosa voz poética. Este período puro, y como tal, imposible de sostener, cedió a una negociación de su “amistad” durante la década de los 60’.
“Cuantas veces lo leo, te veo ingresar a ese poema: Eres la razón de vida, también porque eres y seguirás siendo lo que justifica mi palabra. (…) Pero no es eso solamente, la palabra. También quería estar mudo contigo”.
Paul Celan, 31 de octubre,1957, sobre el poema “En Egipto”
Bachmann mantuvo su incondicional apoyo a Celan, al que unas viles acusaciones de plagio lo sumieron en la inestabilidad mental y la decadencia que culminaría con su suicidio en 1970, dejando tras de sí una obra cuya expresión y belleza persuasiva la convierten, para muchos, en la inteligencia poética central de los últimos cincuenta y cinco años. “El lenguaje es lo único que permanece”, escribió.
“Mi vida está acabada porque él se ha ahogado en el río durante el transporte, él era mi vida. Lo amaba más que a mi propia vida», escribe ella en su novela “Malina”, publicada en 1971. Moriría tres años más tarde, en el incendio de su departamento en Roma entumecida por las pastillas.
El escritor español Andres Sorel dice que hay pocas pérdidas superiores a la incapacidad de escapar a los recuerdos, “homenajes, conferencias, libros, no sirven para acallar el grito silencioso y perenne en nuestra memoria”, esas furias que finalmente reclamaron al rumano bajo las aguas del Sena y terminaron por reducir a cenizas a la poeta alemana.
La deslumbrante inventiva poética de ambos fue una forma de lidiar con el dolor a través de la fuerza moral que el arte transfigura.
El amor tiene un triunfo y la muerte tiene otro,
el tiempo y el tiempo de después.
Nosotros no tenemos ninguno.
A nuestro alrededor sólo hundirse de astros. Destellos y silencio.
Mas la canción por encima del polvo después
va a superarnos.
Ingeborg Bachmann, de «Invocación a la Osa Mayor»
Hermosa y dolorosa historia.
Muy conmovedor. Insta a leer mas sus obras. Gracias
Hermoso aun
Cuántos recuerdos dolorosos. La poesía no alcanzó para consolarnos.
Lo sublime y lo trágico.
Les quedaban solamente palabra y silencio. En esa intermitencia: el amor, la muerte, «la canción».
Me golpeó el alma.
Verónica M. Capellino
Hermosa historia de amor, la poesía no tiene tiempo porque es sentimientos, emociones, amor, espitualidad, dolor, hablara de la humanidad, de lo que la conmociona, hoy y siempre sin barreras de ninguna clase.
Tanto los ligaba , y tanto hedor los cuaja .dolorosos y tragicos tiempos
Esa inminencia de algo que no se dará…
Me llena de gratitud esta dolorosa belleza
Raíces muy disímiles se encuentran en el dolor de sus respectivos recuerdos.
Ingeborg y Paul hacen que el intenso amor entre ellos trascienda hasta la eternidad,ya que sus vidas fueron breves y acabaron con tres años de diferencia .
BELLEZA BELLEZA BELLEZA TERNURA AMOR VIDA HUMANIDAD