“El que no cree en la magia nunca la encontrará”.  Roald Dahl

Roald Dahl (Gales, 1916-1990) fue uno de los grandes cuentistas del siglo XX. Además de ser el creador de personajes infantiles muy queridos en todo el mundo (“la fábrica de chocolate” o ”Matilda”) Dahl también es el autor de grandiosos cuentos para adultos.

Con una narrativa cautivante,Roald Dahl logró el triunfo literario tanto por sus fábulas morales de carácter infantil como por sus obras enfocadas a un lector más adulto, con finales sorprendentes, una visión sarcástica de las relaciones humanas y un fuerte compromiso con la ecología.

Roald Dahl

Dahl debutó en el año 1942 con un relato publicado en The Saturday Evening Post. Se trata de la crónica del accidente de avión que sufrió en Libia durante la Segunda Guerra Mundial (“Shot Down Over Libya”). Ya llevaba unos años trabajando para una empresa petrolera, cuando el estallido de la guerra coincidió con su estancia en África y, con tan sólo 23 años, decidió trasladarse a Nairobi para alistarse en las Fuerzas Aéreas Británicas donde prestó servicio hasta que las secuelas de la guerra lo obligaron a retirarse. Luego fue trasladado a Washington para trabajar con el embajador del Reino Unido. En esa época se relacionó con personalidades muy importantes de todos los ámbitos, desde el presidente Roosevelt a Ernest Hemingway. Fue entonces cuando, alentado por el escritor C.S. Forester, comenzó a publicar.

«La fábrica de chocolate» (2005), Tim Burton

Su trayectoria como autor de cuentos para adultos fue paralela al éxito de los libros infantiles. En ellos, preparaba a los pequeños para afrontar la vida con valor y fantasía. Dahl entregó personajes de gran imaginación e historias sorprendentes. En ambas líneas narrativas dejó el mismo sello. Una imaginación desbordante y una mirada irónica de las situaciones más cotidianas, que en las historias de Dahl terminan por convertirse en las escenas más impensadas.

Brillante y con tintes fantásticos, sus historias fueron adaptadas por Alfred Hitchcock para la televisión, y han inspirado a creadores como Steven Spielberg o Quentin Tarantino.

«Tales of the unexpected», Temporada 4. «El chico que hablaba con los animales»

El chico que hablaba con los animales 

En uno de los relatos de su obra “Historias extraordinarias” (1977), una tortuga gigante y centenaria es capturada por unos pescadores en la isla de Jamaica. La llegada de la tortuga se transforma en un acontecimiento en la playa para los turistas. Y los curiosos se reúnen para ver cómo es trasladada a la cocina del hotel donde se hospedan. Pronto se convertirá en la cena de los próximos días. Mientras la tortuga se resiste a ser transportada, uno de los turistas intenta comprarla a los pescadores y llevarse su caparazón como un souvenir para adornar el salón de su casa. Todos contemplan el acontecimiento con gran frivolidad y las cámaras fotográficas no cesan de registrar la escena.

Solo un ¡No! a lo lejos interrumpe el espectáculo. Es un niño que suplica que la suelten, a lo que ni los pescadores ni el director del hotel acceden. El niño insiste y su padre, consciente de que su hijo tiene una particular facultad para conectar con los animales, consigue convencer al director de que se la venda y la dejen en libertad. 

Mientras tanto, las súplicas del niño alteran a los presentes, que comienzan a reflejarse en su propia banalidad, se disgustan ante lo que ven y finalmente dejan de hablar, apagan sus cámaras y se marchan. El niño acaricia la cabeza inmensa de la tortuga, aún a riesgo de poner en peligro su propia vida, se miran a los ojos fijamente, y la tortuga se calma hasta que es liberada y regresa al mar.

«El chico que hablaba con los animales» (1977)

Al día siguiente, el niño ha desaparecido. Nadie lo ha visto y no se encuentra en las inmediaciones del hotel. La angustia de sus padres es enorme. Horas más tarde, los pescadores afirman haberlo divisado, ¿dónde?, se preguntan todos. Sobre el caparazón de la centenaria tortuga, surcando ambos el mar en armonía. Los pescadores le gritan para ir a rescatarlo, pero el niño parece inmensamente feliz y desaparece sumergiéndose junto a la tortuga. El niño no volvió jamás. La leyenda dice que un barco avistó un niño de tez blanca que parecía tostado por el sol, en una playa de una isla a más de quinientas millas de allí, con una inmensa y vieja tortuga a su lado como su guardián.

Roald Dahl nos regala una maravillosa enseñanza sobre todo lo que debe ser preservado y el sentido de estar vivos.  Hay tantas metáforas en este relato como nuestra capacidad pueda imaginar.

El niño y la tortuga se entienden maravillosamente. La candidez de quien ya lo vio todo y no juzga, coincide en una sola mirada con la candidez del niño quien aún vivió muy poco. La depredación que sucede ante nuestros ojos insensibles, acostumbrados a la frialdad que provoca convertirlo todo en un bien de consumo, puesta al descubierto por la inocencia de una sola voz convencida e insistente, que despierta nuestras conciencias. 

Niño y tortuga, infancia y vejez, en constante huida y búsqueda. Huida de lo masificado, del lugar común, del pensamiento uniforme y del deseo de acumular más. Búsqueda de quietud, de conexión real y verdadera. Voces que se hacen oír con valentía frente a la mayoría, que nos despiertan y remueven las almas. Y lo centenario que, en su vejez, contempla con paciencia, que no ansía más que ser querida y no maltratada. 

Todos podemos ser ese niño que alza la voz ante lo que no está bien, ante aquello que debería ser preservado. No desfallecer en nuestra convicción, aunque sea yendo contra una corriente fuerte e insensible, eso es vivir con mayúsculas.