«La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza, ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Plan de los elegidos, alimento maldito». Octavio Paz, «El arco y la lira».
Desde su infancia la poeta rusa Anna Ajmátova (1889 – 1966) escribió poemas y nunca dejó de escribirlos. Quiso ser poeta y lo fue entrañablemente. Fue testigo de un cambio de épocas; el ocaso del viejo orden, el nacimiento de la Revolución de Octubre, las esperanzas de los años veinte, la oscuridad del estalinismo y la guerra y el bloqueo de Leningrado (su San Petersburgo, su Petrogrado). Desde entonces, han pasado muchos inviernos y la palabra de Ajmátova sigue siendo magia, dolor, luz y fundamentalmente testimonio. Sus poemas son gotas que lo contienen todo, veracidad, alegría, pena y la dignidad de una vida verdadera.
A los veintiún años se casa con el poeta ruso Nikolái Gumiliov quien fue acusado de conspiración durante la revolución, y finalmente asesinado. Su hijo fue arrestado y deportado a los campos de Siberia. Su último marido, el escritor Nikolay Punin, fue perseguido y murió en un campo de concentración. Ajmátova fue censurada en vida, el rechazo y la crueldad provocaron en ella una tristeza muy profunda, que impactaron en su obra. «Requiem» una de sus obras más importantes, no fue publicada sino hasta 1989.
Antes de la revolución, fueron famosas sus reuniones con sus amigos en el bar del Perro Vagabundo en San Petersburgo. Estas veladas se iniciaban a la medianoche cuando terminaban las funciones del teatro. Ajmátova leía sus poemas junto a grandes escritores: Mayakovski, Mandelstam, Gumiliov, Kuzmin, entre otros. También dedicó versos al Perro Vagabundo: «Todos aquí estamos ebrios, perdidos» y en la primera parte de su «Poema sin héroe».
En Montparnasse, Paris,1906, una joven Anna Ajmátova se cruza con el pintor Amedeo Modigliani (1884-1920). Era entonces una poeta inédita, recién casada con el poeta ruso Nikolái Gumiliov. El joven que se cruzó con Ajmátova vive en París desde hace algunos años y se ha enfermado de tuberculosis. Usa un sombrero negro de ala ancha y un pañuelo rojo atado al cuello. Está dejando la escultura por la pintura, y, aunque es un genio, no logra vender sus telas, apenas logra cambiarlas por monedas y comida.
Modigliani se obsesiona por ella; a su vez ella por conocer el verdadero París y no la ciudad de postal que su marido le mostró. Se despiden y prometen escribirse. Lo harán y con frecuencia en los años siguientes. Ajmátova solo guardó en su memoria algunas frases de aquellas cartas: «Usted es para mí como una obsesión», le repetía Modigliani.
Ajmátova describe el encuentro así: «Seguramente ninguno de nosotros dos comprendía algo esencial: todo lo sucedido hasta entonces, era la prehistoria de nuestras vidas, la de él muy corta y la mía muy larga. El aliento del arte no había transfigurado aún nuestras existencias. Este era un momento ligero, claro, crepuscular. Pero el futuro, el cual, como es sabido, arroja su sombra mucho antes de salir, tocó la ventana, se escondió tras los faroles, atravesó los sueños y sorprendió con el terrible París baudeleriano que se ocultaba en algún lugar cercano. Todo lo divino en Modigliani se escondía en una especie de tiniebla. Él no se parecía a nadie de este mundo. Su voz se quedó para siempre en mi memoria».
Cinco años después de haberse cruzado en Montparnasse, Ajmátova vuelve al encuentro del pintor. «Observé en él un gran cambio cuando nos encontramos de nuevo en 1911. Había adelgazado, se había vuelto sombrío», escribió años después. Ella no hablaba italiano y él no entendía ruso. Se comunicaban en francés. «Nos comunicamos», decía él y para ello no necesitaban demasiadas palabras. Pasaban tiempo en silencio, caminaban de la mano por el Jardín de Luxemburgo y visitaban el Louvre.
Modigliani retrató a Ajmátova en dieciséis dibujos de los cuales ella conservó sólo uno. A Anna le gustaba repetir que nunca había posado para Modigliani, y que él la dibujaba de memoria. De este único retrato, Ajmátova no se separó nunca; lo llamaba «mi retrato».
«¿Qué aprendí de Modi? Esto tal vez: la visión solo se agudiza explorando los propios laberintos. La visión solo se aprende de sí misma». Luego de esa temporada juntos, que sólo fueron semanas, no volvieron a verse. Modigliani tampoco le escribió. Poco tiempo después él murió en la miseria y ella entró en los años más oscuros de la represión soviética.
La escritora Élisabeth Barillé (París,1960) miró al pasar un catálogo de la casa de remates Christie’s. Le llamó la atención que al pie de la foto de una cabeza de mujer esculpida por Amedeo Modigliani dijera «Todo es misterio». Reconoció de inmediato a la mujer. La nariz recta, rasgo dominante en el rostro de Ajmátova, era inconfundible. Desde ese momento emprendió una investigación literaria que unida a la pasión que Barillé siempre tuvo por la poeta rusa, dieron origen al libro «Un amor al alba, Modigliani y su musa» y que ha sido inspiración para esta nota.
En 1958, con casi setenta años, Ajmátova comienza a escribir los recuerdos de la íntima amistad que la unió al pintor. Ha perdido muchos afectos en su vida. Tres maridos muertos, uno fusilado, otro liquidado por el hambre, el tercero en un gulag, y muchos amigos. Su hijo ha vuelto de Siberia tras años de prisión. Ella se empeña en mostrarle amor, pero él es solo resentimiento. Describe a su madre como una egoísta y la hace responsable de sus desgracias. Está internada en una clínica en Bolshevo donde se repone de un infarto. No resiste los comentarios sobre Modigliani: «Siempre borracho, siempre en orgías. Un desenfrenado». Sólo quiere hablar del amor que los unió.
«En la neblina azul de París
Quizás otra vez Modigliani
Camine discreto tras de mí.
Su triste naturaleza
De sentirse culpable de muchas desdichas
Incluso en el sueño me perturba.
Pero para él soy su Egipcia…
¿Qué música toca el viejo en el organillo?
Bajo ella se esconde todo el bullicio de París.
Como el ruido sordo de un mar subterráneo
Que ha bebido demasiado de las penas
El dolor y la desgracia»
Anna Ajmátova
Bellísimo poema de Anna! Excelente nota!
Muchas gracias por tu comentario!
Me parece un poema tan descriptivo de un lugar, de un amor, de una situación, que me ubica ahí en París como si yo pasara a su lado y los estuviera contemplando.
Gracias por tu hermosa reflexión.
me encantó el artículo y conocer algo de su vida y escritos.
Muchas gracias por tu comentario. Anna Ajmátova es una de las grandes de la literatura universal.
Buenísimo articulo, me encantó poder escucharlo también, Saludos.
Muchas gracias por tu comentario y que te haya gustado el audio.